LOCURA PRENAVIDEÑA

 

Caramba, no tengo antepasados que embarcaran en el MayFlower ni conozco a mucha gente que provenga de Massachusetts pero en España, como en el resto de Europa, nos hemos apuntado a la moda yankee de empezar el Adviento en Acción de Gracias. De momento no nos han impuesto la fiesta del pavo relleno pero todo se andará, de aquí a diez años nos vemos a los europeos embutiendo maíz y otras verduras por el culete de un pavo del súper.

Por lo que seguro que no creo que pasemos en España es por lo de beber sidra caliente con canela… Esto es como el vino caliente alemán, aquí no se bebería ni aunque atacase una nueva Filomena.

Lo que sí ha tenido gran éxito es el dichoso Black Friday que luego se ha extendido al macro puente de la Constitución de tal modo que la semana pasada decretaron la alerta de nivel negro en Madrid.

Y digo yo, sueltan en las noticias estas cosas pero a servidora, y creo que a nadie le hayan explicado los colores de las alertas esas. Me explico: En septiembre enviaron un mensajecito estridente cual trompeta del apocalipsis indicando una alerta roja por lluvias. Así a bote pronto, el color rojo suena como a peligro. Vale, pero, ¿cómo y de qué manera va el jolgorio este de las alertas? El 99’999 por ciento de la población no trabaja en Emergencias ni en Protección Civil, de modo que no han tenido acceso a esta información.  Pues indagando resulta que el nivel negro es peor que el rojo, algo así como un apocalipsis Zombi. Pero en este caso y por suerte nadie se dedicó a morder al resto de viandantes, menos mal.

En vez de explicar en el colegio la lista de los Reyes Godos o cómo hacer una raíz cuadrada (ambas informaciones de escasa o nula aplicación a menos que concurses en Saber y Ganar), podrían, digo yo, curricular asignaturas tales como “Emergencias, guerras convencionales, guerras NBQ y máster en alertas zombis e indicadores varios”.

También, y no lo digo en broma, una asignatura anual de primeros auxilios no vendría mal teniendo en cuenta la cantidad de muertes súbitas que están empezando a ver. No es que yo sea de la secta de la antivacuna, pero cada día cae alguien nuevo, no sé, o antes la gente caía fulminada y se la apartaba a la cuneta cual ucraniano de extrarradio, o hay exceso de famosos y de ahí que cada día muera uno nuevo, o ciertamente hay algún factor que hace que muera de forma súbita más gente que antes.  Puede ser por haber sufrido el Covid, por no haberlo sufrido, por haberse vacunado, o por no haberse vacunado, por comer exceso de grasas trans o por exceso de quínoa en vena, o quizás por exceso de consumo de chorradas en YouTube. El caso es que a mis años, ya he conocido más de seis casos entres amigos y conocidos más jóvenes que yo de muertes súbitas sin causas achacables a algo en concreto. Ninguno era madre de niña hiperactiva, ni ninguno era mujer multitodo, en fin, no me alivia mucho pero son estadísticas.

Bueno, saltando el offtopic y retomando el tema de enfilar ya las Navidades, hace muchos años, cuando empecé el blog estaba radicalmente en contra, algo así como el Grinch era yo. Mi idea de Navidades felices era huir al Caribe. Lamentablemente no siempre podía cogerme vacaciones en esas fechas pero yo lo intentaba.

Ahora que soy madre y encima me faltan los padres y muchos mayores de mi familia, y el resto anda desperdigada por ahí o han formado nuevas familias y pasan de la primigenia, echo mucho de menos las navidades cuando era niña, y nos juntábamos con mi abuelo, los tíos de mi padre, mis tíos, algunos de mis primos mayores, y muchos niños de la familia y le dábamos una soberana tabarra a mi madre y mis tías, que las pobres nunca se vengaron a lo Charo y mansamente cocinaban, servían y recogían.

Las Navidades son muy machistas, vaya eso por delante. De repente no sé qué pasa que todos los parientes de cromosoma Y huyen a casa de los abuelos o padres a tirarse en el sofá, beber con los cuñados y pasárselo en grande, mientras las parientas de más de cuarenta años se ocupan de organizar las compras, los regalos, las comidas, decorar, etc. Creo que el único espécimen Y que decoraba el árbol era mi padre. Y el único espécimen Y que fregaba platos era mi tío que ya falleció. El resto campaban, iban, venían, se ponían hasta arriba de whisky y turrón y soltaban sus batallitas. Con veinte años me parecían todos muy insoportables y me dedicaba a huir de fiesta con los amigos. Memorables nocheviejas de bailoteo, fumequeo, quemaduras en la ropa, trompazos, empujones, cubatas estampados por el vestido de lentejuelas, ligoteos penosos contra una columna de la discoteca, y vomitonas más penosas aún,  acompañadas de mañanas tras los churros helándome literalmente mientras esperaba el autobús para volver a casa… Otro ser humano hubiera perdido los dedos de los pies en tal situación, pero por suerte me quedaba suficiente anticongelante en las venas como para llegar a casa. Y llegaba a casa más o menos intacta, doy fe de ello. Más o menos como ahora con el doble o más de edad que entonces.

Lo que me ocurre ahora que no me ocurría entonces es que ahora una dualidad onda-corpúsculo o más bien Wendy-Campanilla. Y me explico:

Cuando tengo a mi hija en casa preparo la casa, los regalos, las comidas navideñas, invito a la escasa familia o amigos con peques que me quedan y ejerzo de anfitriona fémina. No me emborracho mucho (por aquello de tener que cuidar de mi hija y del resto de invitados). No me lo paso mal del todo pero acabo rota de cansancio, con una lumbociática la mayoría de veces.

Cuando no tengo a mi hija en casa soy una Campanilla total, me voy por ahí como una veinteañera embutida en mis mejores jeans y ropa para aparentar menos edad y colarme en todos los saraos singles de la ciudad. Bebo hasta el agua de los floreros y bailoteo hasta desollarme los pies, y esto literalmente es cierto. De vez en cuando conozco espécimen del género masculino y flirteo un poco. Si la cosa va bien, voy viendo. Soy menos enamoradiza que con veinte años pero cuando pillo cacho, voy más al pimpampum tomalacasitos. Con veinte años tenía más tiempo para pelar la pava y perdía mucho tiempo en morreos insustanciales  y llamadas de teléfono hasta la madrugada. Ahora el tiempo libre es oro molido, de modo que hay menos lugar al romanticismo ni al rollo en plan horas de darle al palique.

Y llegan las Navidades, se me amontonan los compromisos y cada vez tengo menos tiempo libre. Por otra parte, salir se pone carísimo, de modo que si salgo en Nochevieja no puedo salir en Reyes ni acudir a otra cena con amigos. No está una para dispendios que hay que sufragar las cartas a Papá Noel y los Reyes Magos…Y tampoco tengo tiempo para pasar en la peluquería arreglándome todos los días… Que aunque se vaya la niña con el padre una semana, aquí servidora sigue teniendo que ir al trabajo todos los días.

Pero por otro lado, es muy triste pasar Nochevieja sola. Y está el riesgo de morir atragantada por una uva, eso no es desdeñable. Así que debería ir despabilándome ya y buscando algún plan medio sano. Es complicado, no queda nadie sano a mi edad, y los más jóvenes son muy raros. Muchos deciden pasar esos días con la familia pero me quedan lejos física y emocionalmente y otros son unos auténticos muermos, como pasar la Nochevieja en un convento de clausura (o diría que peor). Paso de tirarme cinco horas jugando al mus, al pictionary o al Monopoly y siendo la conejilla de indias de algún primo que macera licores caseros con materias primas raras. La última vez que me dieron a probar un licor de guindas con jengibre estuve con el estómago peor que cuando bebí más de treinta orujos tras hacer el camino de Santiago.

Luego está el tema de las comidas con amigos. Di esquinazo a una comida de compañeros de trabajo por irme a un evento profesional.

Diréis que estoy loca o soy muy friki. Venga, lo admito. Pero es que hay eventos de ciberseguridad que no se los puede uno perder, en este, que no diré el nombre pero que muchos de mi profesión conocen, alquilan un macrocine entero a las afueras de Madrid y se concentra la créme de la créme de la ciberseguridad. No dan buenos canapés ni nada de eso, pero si quieres encontrarte con compañeros de profesión de todos los tiempos y hasta si me apuras de la facultad, este es el mejor evento al que ir. En apenas una mañana que escaparme pude ir (hablaron horas y horas de la amenaza cuántica), me encontré como a más de treinta colegas, algunos que los veo en todos los congresos y otros que hacía casi diez años que pensaba que se los había tragado la tierra (siendo hackers ya entenderéis que esto puede hasta ser literal).

Además la comida con los compañeros del curro me iba a suponer también un problema serio de logística de conciliación. Todo el mundo sabe a qué hora deben empezar estas comidas, normalmente alrededor de las dos de la tarde, a qué hora acaba llegando la mayoría (alrededor de las tres o las tres y media) y a qué hora empiezan a servirte la comida, alrededor de las cuatro casi… Total, que a las cinco de la tarde con suerte habrás terminado el segundo plato, no digamos el postre, el café y las copitas donde la gente empieza a contar cosas verdaderamente interesantes… Me da verdadera rabia tener que hacer un “comida interruptus” y salir escopetada a medio comer el segundo plato para llegar a recoger a la niña al cole. Además te miran mal y los cuarenta euros los tienes que soltar igualmente.

Ahora estoy calculando qué hacer y qué no hacer en Nochevieja, y a qué comidas o cenas ir en los escasos días que le toca a la niña con el padre, que son 8 días contados y servidora encima currando la mitad de esos días.

He tanteado a algún amigo entrañable pero claro, tampoco quiero que piensen que es una invitación con un “todo incluido”, ya me entendéis. Hay algunos que no me dejarían ni tomar las uvas, y una es una mujer de principios, las uvas siempre, pase lo que pase y algunos años han sido uvas accidentadas. Un año (y está por ahí el post de las uvas de Cofrusa), uvas de lata a la carrera en el metro con una radio de bolsillo. Hace muchos años de jovencita, con unos amigos de acampada en un pueblo por ahí perdido, un racimo más basto que el de una morcilla del Carrefour sustraído de una viña del camino en un pueblo perdido de Soria,  me las tomo siempre desde que tenía cinco añitos.

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