PROPÓSITOS PARA EL AÑO

 

De pequeña, los niños cantábamos con alegría canciones de los payasos de la tele. Eran muy diversas y normalmente con fines didácticos. Recuerdo la canción sobre la niña Susanita que escondía un ratón superdotado y goloso, la del auto de papá (mamá no tenía coche, y nadie dijo nada), que nos llevaba a pasear de forma azarosa con baches, curvas y semáforos que no debíamos saltarnos, la de aquella gallina Turuleca que ponía huevos como una loca…

Muchas canciones eran ingenuas y simpáticas, pero había una canción que me ocasionaba ya entonces desasosiego y tristeza pero que ahora que la he vuelto a oír, se me antoja cruelmente machista y explotadora infantil. Seguramente he caído en el sesgo woke, como dice Elon Musk.

La canción, por si no la conocéis, pretendía enseñarnos los días de la semana a través de las tareas domésticas que una niña tenía que hacer desde que salía del colegio (o no, porque no se dice claramente si iba al colegio o directamente vivía como Cenicienta a tiempo completo), hasta la hora de la comida.

El caso es que la niña todos los días se disponía a jugar, pero la frustraban con alguna tarea doméstica impropia de un niño o niña de nuestra época: cocinar, hacer la colada y tenderla, planchar, barrer, coser… El domingo se las prometía muy felices, pero la trincaban también para ir a misa y paseo después.

Es curioso cómo cincuenta años cambian la perspectiva de la sociedad en general, e incluso de nosotros mismos, porque es como si cayera en cuenta de golpe de la injusticia y el machismo que sufría esa niña, que era un ser sometido y explotado, y que esa niña muy bien podría haber sido yo, sin que nadie se hubiera echado las manos a la cabeza.

Afortunadamente mis padres no eran tan explotadores con nosotros y a lo sumo me tocaba algún que otro recado después del cole como ir a comprar el pan, fruta, algún artículo en la papelería, vigilar a mis hermanos pequeños mientras mi madre salía a hacer la compra, o poner la mesa o recogerla. En ningún caso recuerdo ese nivel de exigencia en casa que expone la cancioncita de marras.

Pero el otro día me acordé de la canción, y pensé que ahora yo me sentía como la niña de la canción. Nunca consigo tener tiempo para mí porque las obligaciones me abruman

Me explico: Todos los días me propongo por la tarde hacer unos míseros treinta minutos de deporte casero (taichí o pilates) para aliviar mis dolores de espalda y me gustaría pasear al menos dos horas a la semana para hacer algún gasto calórico que me ayude a bajar de peso, que son dos objetivos de salud que me propuse a primeros de año junto con los de comer sano y cuidarme un poco más la imagen.

A primera vista parecen objetivos bastante asequibles y razonables. Pues bien: Sólo ha habido una semana en las seis que han transcurrido que haya podido cumplir con el objetivo.

La primera semana de mis objetivos, la de Reyes, fue mal. Primero tuve que ir de urgencias al dentista por un abceso en la raíz de una muela. Pero lo peor fue que falleció mi tía. Me descuadré del todo.

La segunda semana con la vuelta al trabajo se me desbordó el buffer de tareas y la mayoría de las tardes tenía que despachar trabajo desde casa. Eso y que en el cole de la peque con todo el morro me han endosado a mí la tarea de recuperarle mates e inglés que suspendió en la primera evaluación.

La tercera semana se me puso la niña mala con gripe y se me descuajaringó aún más si cabe el plan de ejercicio y dieta sana.

La cuarta semana hubo un poco de despendole dietético por algunas celebraciones en el trabajo y cumpleaños de mi hermana, pero aun así la cosa no fue mal del todo y pude cumplir con la cuota de ejercicio al menos.

Pero ya la semana pasada las obligaciones laborales me han anegado totalmente. Como guinda la niña esta semana se me puso mala la asistente que viene alguna tarde y luego se contagió la niña de gripe. Ha sido algo horrible, he tenido un día negro y una discusión horrible con mi jefe, con la sensación de que soy una auténtica Cenicienta. Cuidarme o hacer deporte, cero patatero.

Me da mucha rabia porque luego sé que cuando consiga ver al endocrino me va a decir una sarta de chorradas y obviedades que eso mismo lo podría decir yo sin tener seis años de estudios de medicina en la universidad, dos de residente y ocho de especialidad.

Siempre he dicho que los médicos son muy estúpidos (así en general). Salvo gente idiota nivel cociente intelectual de un ficus, todos sabemos ya que lo sano es comer mucha fruta y verdura, fibra, proteínas magras y grasas no saturadas y poquitas. Y lo insano es embucharte de donetes, fritanga, encurtidos y cubatas. También sabemos que lo sano es dormir ocho horas y no trasnochar o dormir menos de cuatro horas. Lo obvio lo sabemos, lo que ocurre es la vida que llevábamos perra. Me explico: Yo dormiría ocho horas, pero si me levanto a las 7 y salgo de casa a las 8 y dejo antes en el cole a la peque estaría llegando al trabajo a las 10 y entonces tendría que salir a las 19h (contando con media horita para comer saludablemente un plato de comida preparada en el comedor y no un sándwich de autoventa repleto de azúcares y grasas trans). Pero entonces llegaría a mi barrio a las 21h y la niña estaría en disposición del juzgado de menores y yo con una propuesta de quitarme la custodia. ¿Qué priorizo entonces? ¿La vida de mi hija? ¿El que no me echen del trabajo? ¿Dormir ocho horas? Al final hago malabares con todo como buenamente puedo, y acabo sacrificándome a mí misma. A veces se me caen todas las bolas en el aire, como me pasó el jueves.

Si le digo al médico: “Mire usted, la vida perra que llevo no me permite llevar buenos hábitos de salud, pero en vez de resignarme a morirme en una esquina, me gustaría  que la medicina tuviera píldoras y trampas mágicas para evitar que me muera aunque esté pasada de peso, repleta de colesterol, con hipertensión y muerta de sueño y con dolores musculares que me dejan deslomada”.

Ha entrado ya el nuevo año chino y tengo que revisar mis objetivos, no renuncio a ellos, pero se me antojan demasiado exigentes para la rueda de hámster en que me han metido y de la que veo difícil salir. Ser funcionaria tiene una cosa buena, y es trabajo garantizado. Pero tiene otra cosa mala, y es que no hay muchas opciones de encajar en lo que quieres, y menos en ciberseguridad.

Hay que ser realista, en todos los sitios cuecen habas, hay que poner las cosas en valor. A mí me matan las tres horas que tardo en ir y volver al trabajo y el no lograr desconectar nunca, no poder tener tiempo para mí.

Este año quiero cuidarme, necesito cuidarme, pero también tengo que ocuparme de mi hija, y eso implica reflexionar sobre qué hacer con mi vida.

Además de cuidarme físicamente, quiero cuidarme mentalmente. Ya he empezado a cuidar la autoestima, esto implica no tolerar a ciertos sujetos o personas tóxicas ni comentarios despectivos de la gente. Hay mucha gente que te roba la energía o el tiempo. Hay que huir de ellas. Y respecto de los hombres, cuanto antes vea las banderas rojas, tanto mejor, menos tiempo perderé.

Volví a ver a Mr.K pero fue una comida de amigos, creo que es el lugar que siempre le ha correspondido y sólo en mi cabeza llegué a ver películas que no existían. Ahora las únicas películas me las pondré en Netflix.

La menopausia me ha llegado definitivamente, y es como si me hubieran sacado de Matrix. No sé si los estrógenos y otras hormonas me tenían en una nube o qué pero ahora que me han abandonado es como si viera todo a la luz del día, nítido.

Hace un mes que tengo además el poder de soñar con lo que va a pasar luego, es flipante. Sueño con alguien, y me lo encuentro luego, sueño con una situación del trabajo y se da luego tal cual, o con algún suceso o noticia. Estoy pensando seriamente en poner un puesto en el Retiro y echar el Tarot. Igual es que el taichí hace que empiece a usar más mi subconsciente, igual es eso.

Trabajar tantas horas a veces me produce unas jaquecas horribles, es muy posible que esté haciendo las cosas mal, independientemente de que el trabajo sea mejor o peor, igual es preciso que me enfoque, lo que pasa es que es muy difícil organizarte cuando abres el correo y te encuentras que tienes el buzón lleno a las 8 de la mañana. Casi me da un ataque de ansiedad cuando veo que estoy llegando tarde a una reunión que me han convocado el día anterior por la noche pero que está en el correo número doscientos que consigo siquiera leer el título cuando llevo media hora leyendo en plan japonés. No puede ser que no consiga leer los correos y tenga ya que archivarlos. Algo falla cuando yo soy el cuello de botella de doscientos correos al día.

Dicho esto, me acuerdo de un compañero de trabajo cordobés muy salado que tuve hace veinte años y que me contó una anécdota muy divertida una vez sobre un piso de soltero en el que vivía con unos tipos guarrísimos que no lavaban nunca los platos, cenaban pronto y luego los dejaban en la pila, porque esperaban que como él llegaba el último a cenar tuviera que  lavarlos para poder usar platos limpios si quería comer.

Se hartó una noche y cogió todos los platos de la pila sucísimos y los tiró a la basura tal cual.  Luego bajó al chino y se compró algo para comer en el envase. Los compañeros pensaban que se había vuelto loco y ya no hubo mucha fiesta con él pero, desde ese día, sus compañeros aprendieron a que tenían que fregar lo que ensuciaran.

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