Lechuguita y entrenamiento duro
Me hierve la sangre cada vez que leo la respuesta hipócrita
estándar de cualquier famosa sobre cómo hace para estar tan delgada a pesar de
haber duplicado o triplicado la edad en la que te puedes meter bocatas de
mortadela sin la menor culpabilidad. No falla, todas responden: Me cuido un
poquitín lo que como y hago algo de deporte de vez en cuando.
Falsas, falsas todas como monedas de tres euros ¡!!!
¿Cuidarse un poquitín lo que comen? ¿Hacer deporte de vez en cuando?
Ya sospechaba que todo eso era hipermegafalso, pero desde
que he podido comprobarlo con mis propios ojos es que me hierve la sangre.
Veréis, al mudarme a casa de mi marido, y teniendo en cuenta
que ahora para entrar en un gimnasio municipal tienes que tener más suerte que
con la bonoloto, decidí apuntarme a uno que conocía y que tenía oferta para mi
empresa (para la mía y para otras más que estén dispuestas a subvencionar el
deporte a sus empleados en dicho club).
Pues bien, por la zona en la que está este gimnasio más que
por lo que cuesta, a veces tropiezas con algún aspirante a famosillo, de esos
que se han liado con el hijo del primo de algún famoso gordo o que han salido
en algún programa basurilla, etc.
El caso es que una de estas protofamosas la identifiqué (soy
muy mala identificando famosas) porque protagonizó una entrevista en una
revista que topé hace un mes en la pelu.
Su secreto para estar tan escuálida, cómo no, el que ya os he
mencionado.
Pero la verdad es que esta chica, por lo que he visto y me
han contado, más que hacer un poco de gimnasia, se deja en el club deportivo todo
su tiempo libre, que como no le salen muchos castings debe ser muchísimo. Y
agota así en los aparatos y clases la poca energía que le dan sus atracones de
lechuga, porque me han contado que esta chavala jamás conoció en su vida un
empacho de nada que tenga más de cuatrocientas calorías. Y en la cafetería el
sáado protestaba porque sólo tenían zumo de bote y no tenían zumo de hierba de
trigo como desayuno, ya que sólo desayuna eso. (Y si toma eso para desayunar me
imagino que para comer un puré de semillas de sésamo o una tempura de algas
verdes). A eso le llama “Cuidar un poquito lo que come y no pasarse, ja,ja,ja.
Pero es lógico que para mantenerse como un junquito pasados
los treintaycinco años haya que matarse de hambre y comer como un jilguero. Es
cuestión de echarle cuentas a la cosa.
Si para mantenerse vivos el metabolismo basal se va
ralentizando con la edad, es normal que para pesar lo mismo a los cuarenta haya
que quemar casi el doble que a los veinte o comer la mitad o un poco las dos
cosas.
Si además en vez de pesar setenta kilos quieres pesar
cincuenta, buff, las necesidades metabólicas básicas se reducen a poco más de
mil calorías a los cincuenta años. No lo digo yo, lo dicen los endocrinos. Nada
de las 2200 calorías que dicen los botes de mermelada que es lo normal en una
mujer, eso es mentira podrida, al menos que consideren como mujer a una chica
de quince años jugadora de hockey sobre hielo.
Lo normal a mi edad queriendo pesar cincuenta y cinco kilos y
trabajando en una oficina, es consumir nada más que 55*25= 1375 calorías. Todo
lo demás ya sabemos a dónde va a ir, al lomo.
Y realmente 1375 parecen muchas calorías en teoría. Si
calculo la cantidad de barritas de 59 calorías (que pueden servir como
posavasos de lo finas e insípidas que son), darían para 23 barritas al día. No
está mal, salen a 7 por comida y 2 para la merienda. Pero si en vez de obleas
de consagrar estilo Santa Teresa de Jesús una piensa en comer algo más
sustancioso, pongamos que un cocido madrileño con una barrita de pan y un
vasito de vino, resulta que si te tomas un mísero flan de postre o un café con
leche ya te has pasado de las calorías, no digamos de la comida, sino de todo
el día entero.
O sea que si tienes cuarenta y tantos años como yo, y
pretendes estar esbelta, si piensas en no machacarte en el gim, tendrás que
decir adiós para toda tu vida a:
El cocido madrileño
de la comida con los amigos de la pandilla, ese cocidito de buen rollo que te
tomas al año con ellos para celebrar que estáis vivos y seguís siendo amigos,
las judías pintas de tu madre, la paella de tu cuñada, el codillo de tu amigo
Hans cuando vas a visitarle a Baviera, el turrón y los polvorones con tu suegra, los gintonics
con las amigas los viernes de marchuqui, la cañita de todas las quedadas con
los colegas del curro, el curso de cata de vinos , la tarta de todos los
cumpleaños de amigos y familiares, los bocaditos de nata de tu vecina de los
domingos por la mañana, el roscón de Reyes, los huesitos de santo, las
rosquillas de San Isidro, la pizza del domingo viendo la fórmula-1, el
croissant del desayuno, las natillas de postre, las croquetas, las
empanadillas, la ensaladilla rusa, el estofado de ternera, el pollo al curry,
el helado de pasas con nueces de Benidorm, las hamburguesas del burguer….
No sigo porque me dan ganas de coger una pistola y
rematarme, esto parece el chiste del que le quedan dos meses de vida y le
pregunta al médico qué hacer para vivir más y le responde el médico que debe dejar
de comer todo lo que le gusta, el sexo de cualquier tipo, la bebida, el tabaco
y nada de ver la tele ni salir a dar paseos. Y el paciente le pregunta
espantado: ¿Y cuánto más voy a vivir dejando todo eso? Y el médico le contesta
que va a vivir igual pero se le va a hacer de largo que no veas…
Pues esto es igual. Se consigue un tipín de escándalo pero
no tienes dónde lucirlo ni cómo festejarlo, y la cara de pasa todo el día. Sólo
puedes quedarte en casa haciendo calceta o ir al gimnasio, el único sitio donde
no se engorda saliendo de casa.
La conclusión a la que llego es que mantener una figura de
chica de quince años teniendo más de cuarenta exige muchos sacrificios, bien
sea acabando de comer como un asceta o bien sea pasando las noches en el
gimnasio dejándose los higaditos encima de la elíptica en vez de ver la tele
acurrucadita bajo la mantita con el pariente.
Así que de momento he optado por una estrategia mixta. Mitad
reducción de calorías, mitad machaque en el gim, pero aún así la lucha es titánica,
el cuerpo tiene inercia a perder kilos y en cuanto te descuidas, zas, vuelta a
subir de peso a la que te comes un plato de macarrones un domingo o te tomas
una tarde libre de calvario.
A la gente que habla de dietas milagro, yo le digo que no
existen. Se puede perder peso a corto plazo haciendo burradas, pero claro, también si te cortas un brazo, pierdes ocho
kilos de golpe, lo que no es plan.
Ahora, si quieres perder peso de forma sana, progresiva, lo
más que se puede conseguir siendo mujer de setenta kilos como es mi caso, es proponerse bajar diez
kilos en cinco meses, y aún así, medio kilo a la semana es un esfuerzo
inhumano. Echemos cuentas: Un gramo de grasa son 9 calorías. Medio kilito de
grasa de las lorzas son 4500 calorías que hay que perder, lo que equivale a 9
clases de zumba (no hay cuerpo que aguante 9 clases de esas a la semana, ni el
propio profesor, a lo más que llega el hombre es a 4 clases y está el tío hecho
un escuercito).
Así que pongamos que hago cuatro clases cañeras a la semana y
quemo 2000 calorías. El resto de la dieta, pero 2500 entre 7 son 360 calorías
menos al día. Si necesito 70*25=1750 calorías por mi edad y profesión, y le
quito 360 me quedo en unas 1400 calorías al día. Ya habéis visto más arriba que
con ese plan poco sabroso puedo comer. Y esto cinco meses, con las Navidades
por medio. Ja, y cuando dije que quería perder diez kilos en cinco meses y me
salía gente con que habían perdido veinte en dos meses. Yo la verdad es que no
sé cómo hay tanto loco no diagnosticado y medicado. En serio. Hay gente que
consigue el premio Nóbel en física y a continuación es capaz de hacernos creer
que comiendo pan de molde que tiene azúcar y grasas trans vamos a estar
escuchimizados (ya sabéis a qué personajillo me refiero). Pues esto e s lo
mismo. Yo intento hacer ver a la gente que de dónde no hay no se puede sacar,
pero como si nada. Luego te enteras que Menganito o Fulanito que se había quedado tan delgadito
y mono le da un infarto o le descubren una tiroiditis o cualquier enfermedad, y
la gente no pilla el aviso.
En fin, yo a mi ritmo, e incluso creo que debo frenar un
poco el tema gim o me dará una pájara un día de estos. Tengo que tener en
cuenta que tengo una insuficiencia cardíaca, que me da para hacer vida normal,
según el médico, pero muy normal no debe ver el cardiólogo (ya he comentado
hace varios blogs la hipocresía de lo de la vida normal), el meterme una clase
de fitness, otra de zumba y de postre una de aerodance, o bien una de
entrenamiento nivel máximo tipo Westpoint.
El caso es que voy a necesitar un pulsómetro con alarma y
avisar al monitor de que, cuando suene (pasar de 190), me tengo que retirar a
descansar hasta que me bajen las pulsaciones a 170.
Lo digo porque el sábado hice un poco bastante el burro (pasé
del rojo tomatero al morado berenjena) y hasta se me cortó la digestión, a
pesar de haber desayunado muy pronto.
Lo que sí es cierto, como rezaba el slogan setentero del
anuncio de Font Vella: No pesan los años, pesan los kilos. Porque ahora que voy
perdiendo peso y tonificando el cuerpo, me siento mucho más joven, no sólo de
cuerpo sino de mente.
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