¿Depresión postvacacional?
Ha sido un tanto atípico este verano. Desde hace ocho años
me tiraba siempre el mes de agosto encerrada en la oficina y además, casi todo
julio también.
Me sentía siempre como el protagonista del “Romace del
prisionero”, ese que trata de un cautivo que no sabía ni cuando era de día o de
noche salvo por un pajarito que encima se lo cargan y le deja completamente
solo… Así que llegaba a septiembre
paliducha y con el ánimo por los suelos.
Sin embargo, este mes de agosto me he encontrado con unas
inesperadas vacaciones. Digo inesperadas pero no inmerecidas, porque aunque no
me he incorporado a mi puesto de trabajo ya de funcionaria de pleno derecho
hasta el día 27 de julio, he estado todo el año enredada entre el curso y
prácticas, sesiones de mentoring, trámites burocráticos y gestiones diversas,
por no hablar de mis tareas profesionales particulares (colaborando en asociaciones y sesiones de formación).
Así que apenas he podido gozar de días sueltos cogidos a
salto de mata y con miedo de tener que volverme a la carrera a cumplir con
algún trámite obligatorio para convertirme en funcionaria.
Además, una de mis escapadas de cuatro días ha sido para
visitar médicos, lo cual, aunque incluía playa, no han sido mucho que digamos
vacaciones, estaba dolorida y tomando antibióticos, ni siquiera me permitían bañarme.
La otra escapada ha sido intensa pero breve igualmente, a la
carrera la vuelta porque tenía que atender obligaciones profesionales.
Así que poder contar con dos semanas me ha sentado de lujo,
si bien sólo he podido apenas he podido tomar el solecito en Benidorm cinco
días, el resto ha sido un cúmulo de obligaciones y compromisos.
Tras mi éxito bailando en los garitos de Benidorm (al
segundo día de llegar al garito nos saludaba todo el mundo de allí como si
fuéramos parte fija de los espectáculos), he llegado a pensar que quizás mi
vocación no sea la consultoría informática sino la gestión de actividades de
ocio. Lo digo porque he disfrutado un montón animando saraos y he llegado
incluso a pensar que tengo un tremendo potencial para montar mi propio garito
con espectáculos. En paralelo mi marido ya llegó a pensar hace poco en sacarse
la licencia necesaria para las actividades de recreo acuáticas, que serían
complementarias de las mías nocturnas.
Se me da bien echar cuentas de la lechera, y lo peor es que
embauco en mis sueños a los que tengo alrededor, les contagio de mis
descabelladas (¿o no?) ideas emprendedoras.
En fin, toca ya el final del verano, pero debo confesar que
Benidorm se está convirtiendo ya en algo fijo en mi vida, hace unos días me envió
un whatsap un parroquiano de un karoke de allí preguntándome cuándo iba a
regresar a animar de nuevo el ambiente. La verdad es que difícil, ahora mis únicos viajes son por temas médicos y la que me espera...
No soy buena cantante, pero sí le pongo entusiasmo a lo que
hago, y sobre todo, predico con el ejemplo que no hace falta ser una soprano o
un tenor para lanzarse al micro, siempre que no rompa tímpanos y la performance
tenga su gracia.
Cuando bailo me ocurre lo mismo, sólo que creo que bailo
mucho mejor que canto y pongo una energía brutal en ello. No obstante, debo
reconocer que los bailarines fijos del local, sobre todo uno de ellos, tenían
un nivel difícil de superar, con acrobacias que harían palidecer a Leroy (el de
la famosa serie Fama).
Como digo, el verano toca su fin, pero mi corazoncito
salvaje sigue en Benidorm, como un amor de verano difícil de olvidar.
Sé que lo que me da de comer, me ha costado lo indecible
conseguir y que además me gusta y es mi profesión, está en Madrid, y que mi
marido por mucho que deje volar la imaginación, no está dispuesto a abandonar
su trabajo habitual.
Mientras tanto, Benidorm será como una amante, por la que
intento arañar escapadas para vivir unos días mágicos.
Pero cada vez se me pasa más por la cabeza comprarme un
apartamento allí y llevar una especie de doble vida (de lunes a viernes
oficinista, los fines de semana Madonna o Lady Gaga Tribute en Benidorm, JetSki
, parapente, todoterreno por la Callosa,
hippie total vaya), hasta que tenga niños que me ocupen todo mi tiempo libre o
mi marido y yo nos jubilemos y me convierta en una madame de garito de copas,
gogó geriátrica o lo que surja, pero siempre al lado del mar.
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