Comienza la Montaña Rusa

No quería escribir este post hasta confirmar con una primera  eco que todo iba bien. Así que podemos decir que estoy embarazada y además ya se ve el saquito del embrión, o sea que no hay un ectópico como hace dos años...

Estoy que no me lo creo, tantos intentos, tantos años, ya iban ocho años desde el día que decidí que aquella pastilla que tomaba era mi última píldora con intenciones anticonceptivas.

Pero mirando atrás me ha costado mucho, muchísimo, muchichísimo, y todavía quedan 34 semanas de montaña rusa emocional.

Para empezar, he tenido que dejar el gimnasio y creo que por una buena larga temporada, no sólo las dos semanas de betaespera. Por mucho que te digan que hagas vida normal, es mentira. Sólo puede considerar vida normal si eres una monja de clausura.

Vemos en las películas a chicas embarazadas machacándose en la elíptica. Pero, aunque te dicen que puedes hacer algo de deporte, imagino que eso es para chicas deportistas sanas como peras que jamás conocieron una cánula de transferencia ni tuvieron que montar un quimicefa cada noche en su casa.

Las que nos embarazamos con tantas dificultades, nos sentimos como jarrones chinos, pero no del todo a cien, sino de los auténticos de porcelana de la dinastía Ming.

Hasta hace una semana casi me sentía estúpida no yendo al gimnasio y tentada estaba de ir, por lo menos para hacer algo de yayobici.  Tenía un valor alto de beta y me sentía estupenda. Así que, ya que no iba al gimansio, por lo menos seguiría con mi frenético ritmo de vida. He pasado la betaespera paseando, yendo a trabajar y atendiendo puntualmente todos mis compromisos. Eso sí, sin cargar con carros de la compra o hacer burradas.

Pero pensaba que la cosa, una vez bien agarrada, ya podría retornar a algo menos paranoico.

Pero no: El jueves pasado, tras una larga tarde en una reunión profesional donde Cristo perdió la chancleta, o sea que tuve que coger un metro, un tranvía y un autobús para llegar, al ir al baño cuando dudaba entre quedarme al cóctel o irme a casa, entré en pánico al ver unas gotas de sangre en el salvaslip.

Retrospectivamente era de esperar porque tengo que usar dos supositorios vaginales de progesterona, me pincho una burrada de heparina y además, la manera de ponerme dichos supositorios no es muy ortodoxa, en un baño público cuando toca la hora y los tenía que introducir con el dedo. No me es de extrañar que se me hiciera una llaguita en el cervix, que fue lo sangró.  Hace años he tenido lesiones en el cervix y la pinta era la misma. Pero claro, me bloqueé, me quedé pálida y me fui a casa con prisa pero sin correr. Llamé a urgencias de mi clínica, pedí consejo en mi grupo de whastapp de ovonenas y al final la cosa quedó en un susto.

Pero vi las orejas al lobo. De vida normal nada de nada. Al día siguiente fui a trabajar con temor, mirando cada media hora con lupa los exudados vaginales por ver si tornaban peligrosamente al rojo o se quedaban en un discreto marrón de sangre antigua. Y la tarde me la tiré tumbada en el sillón con una congoja que no os podéis imaginar, pensando en que había hecho algo malo y me había cargado el embarazo, porque encima me entraron unos retortijones que pare qué os cuento. En fin, me sentía fatal, después de la euforia del miércoles.

El caso es que sigo haciendo una vida más o menos normal, pero tengo que repetirme cada cinco minutos: Cuidado que estás embarazada. Y es que mi tendencia natural es correr a coger un autobús, saltar las escaleras del metro de dos en dos, levantar muebles en plan Sansón, bailar como una posesa en cuanto oigo música disco y en fin, hacer todo tipo de cosas que se supone son esfuerzos no permitidos en mi delicado estado. Del tema sexo mejor no hablamos...

Me siento discapacitada sin estarlo, una sensación muy agobiante, en serio. Me sobra energía y no puedo canalizarla.

Estoy muy feliz pero al mismo tiempo acojonada por la responsabilidad que tengo encima. Y eso que el bebé no ha nacido, madre mía no quiero ni pensar una vez que haya nacido!!!

Estaba mentalizada de que no podría beber alcohol hasta las próximas Navidades. Estaba mentalizada de no tomar ibuprofeno o medicinas peligrosas, estaba mentalizada de no hacer burradas, ni apuntarme a deportes de riesgo, estaba mentalizada para los miles de pinchazos que iba a tener que administrarme, pero no estaba mentalizada para la avalancha de prohibiciones que me han hecho los médicos y cosas absurdas que me han dicho.

El café, por ejemplo. Nada de tomar cafés alegremente. Uno o dos como mucho. Y mejor si el segundo es un té o una manzanilla para los gases. ¿Os podéis creer que estoy con mono de café?

La comida, me han prohibido de todo, una cosas como los embutidos por el tema de la toxoplasmosis, y otras, como los precocinados, por el sobrepeso, porque no debo engordar ni un gramo en los próximos dos meses por lo menos.

Pero hay cosas más absurdas aún. Teñirme el pelo, ya no podré usar el color rubio tan subido que llevo, y las raíces que tengo ahora mismo me hacen parecer una choni total.

Lo de barrer y fregar, sin palabras.Yo pensaba que eran consejos de abuela, como el de no lavarse el pelo estando con la regla o preparar mayonesa (lo que me he podido reír de estas cosas no tiene precio). Pero resulta que he hablado con médicos y me lo desaconsejan. Lo flipo, flipo, flipo.

Por descontado que no podré coger aviones alegremente, ni pasar por escáneres ni cosas raras de esas de seguridad y además tendré que tener cuidado por las zonas de rayos, que con lo despistada que soy yo nunca estoy segura de no haber pasado.

En fin, todo sea por mi futuro retoño, pero os lo juro que esto es de lo más duro y a la vez hermoso que me ha ocurrido en muchísimos años. Y cada día es una montaña rusa, cuando recibo buenas noticias estoy arriba, y cuando me asaltan temores o algo no va como debiera (o lo creo así) me asaltan los temores de nuevo.





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