Aterrizaje en picado tras luna de miel


La vuelta al Trabajo tras el viaje de novios ha sido, más que un aterrizaje suave, una caída en picado en mitad de un hiper mega marrón.

Mira que me lo esperaba crudo, pero no tanto como ha sido, caramba qué mala pata que coincidiese mi vuelta con la enfermedad de mi jefe y me tocase hacer mil horas para compensarlo.

Bueno, hoy parece que el día ha sido tranquilo, así que me quedan unos minutos antes de la cenita para  contaros algo más sobre cómo ha sido la luna de miel, algo que todavía recuerdo a pesar de que la última semana ha sido tan brutal que me ha roto de un estallido la nube rosa en la que volvía envuelta.

En primer lugar, coges un avión y cambias de aire, de clima y hasta de zona horaria. Eso hace mucho para que te relajes.

Ya sé que Tenerife es muy ochentero, pero es bueno, bonito y ajustado al presupuesto que teníamos. ¿Qué más podíamos pedirle?

Además, como dije, desconfío de esos viajes para recién casados que los envían a la selva amazónica,  a la jungla Birmana, a una ciudad llena de prostíbulos y jineteras o a una isla supuestamente paradisíaca pero que cuando menos te lo esperas te arrasa un tsunami o te sacan los ojos con un machete retorcido por vete tú a saber qué legislación local absurda.

En Tenerife no hay que llevar pasaporte y si no hubiera sido por el pequeño problema del idioma, hubiera sido cien por cien adecuado.

Y ahora diréis, ¿qué pasa con el idioma? Pero si hablan español… Bueno, ese es el idioma oficial para los letreros de las carreteras y los nombres de los pueblos… Pero no para ir a comer, de excursión, de copas o de compras. Ahí nadie habla español, os lo juro ¡!! Si parece Múnich pero con playa.

Para mí la diferencia de idioma, más que un problema, era una buena oportunidad para practicar idiomas, pero mi querido O que ya tenía problemas con el inglés, el alemán ya era la puntilla. Y creo que andaba un poquito molesto porque yo intentara camaleonizarme con el entorno guiri. Y es que mi querido O no me ha visto de marcha por Benidorm.

Pero bueno, al final con los que acabamos haciendo migas fue algo más intermedio, y con los que O se encontraba más cómodo, y fue una pareja de Girona, que al menos ya puestos a hablar algún idioma poco comprensible para mi maridito, que fuera de la Península Ibérica al menos. (Es broma, con nosotros hablaban en castellano, lo que pasa es que se les escapaba alguna que otra frase entre ellos en catalán).

Elegí un hotel algo lujosillo (un cuatro estrellas) en vez de otro al que fui hace años, por aquello de que de viaje de novios, para nueve días que vamos a estar, por lo menos que nos dé sensación de que es algo especial, y no una visita a la pensión de la tía Paca.

La verdad es que sin ser el no va más, el hotel estuvo muy chulo, y a O le encantó, sobre todo porque para él fue una sorpresa lo que se encontró, igual que la mitad de detalles de la boda que fui llevando yo en exclusiva. Creo que aprecia ahora mucho más mi capacidad de organización de eventos, igual que yo aprecio mucho la capacidad de organizar despedidas de soltera de mis amigos, en especial del que nos reservó el sitio y se encargó de gestionar el picoteo, al que estoy tremendamente agradecida por el marrón que me quitó encima de preparar.

En primer lugar, que nos vinieran a buscar al aeropuerto con un coche más que chulo y un chófer. Luego, llegar al hotel y que nos reciban con un par de copitas de cava (con el paso de los días fui infravalorando este detalle, porque de tanto repetirse el tema del cava en todo tipo de eventos y situaciones, acabé por pensar que lo que llevaba dentro era una especie de droga para engancharnos y que no quisiéramos volver a Madrid nunca más o por lo menos, que nos hiciera desear ardientemente volver a ese sitio y hotel en concreto muchas más veces).

Como digo, nos recibieron estupendamente, la habitación muy chula, con camita con dosel estilo “Enmanuel” y unos cojincitos con forma de corazoncitos y una rosita encima (Os juro que le saqué una foto, más que nada porque era para felicitar a la camarera que organizó la habitación así).

Luego la terracita con su minipiscinita (que al final no probamos, porque era muy pequeñita y el agua estaba fría) pero sí las dos hamacas en la terraza para tomar el sol, que yo creo que fue ahí donde a lo tonto, me acabé quemando.

Y ya lo que a O le perdió por completo fue la comida tipo buffet libre con todo tipo de ingredientes tentadores. Ahora todo compungido dice que si volvemos nada de coger la media pensión allí pero yo estoy segura de que volverá a picar, que ya nos conocemos. Además lo cómodo que es venir destrozados de una excursión al Teide, ducharnos y tal cual bajarnos a cenar sin tener que recorrer kilómetros, eso no tiene precio.

Luego estaba el tema de la playa. La playa preciosa, el agua fría, y eso lo digo yo que me metí dos veces. A O lo engañé una vez para que se bañara, pero ya desconfiaba tanto luego de mi apreciación de lo frío-templado-calentito que hasta que no reservamos en el SPA del hotel no volvió a meterse en remojo. Ni siquiera cuando me vio haciendo aquagym en la piscina con un montón de marujitas alemanas.

Un punto bueno es que ni O ni yo nos llevamos ordenador, ni conexión a Internet, ni la buscamos. Tampoco vimos mucho la tele, la verdad, y para un día que la ponemos, la cruda realidad de manifestaciones y problemas deprimentes. Y es que la vida, realmente, se está poniendo muy mal, con esta crisis ya perenne.

Así que para matar el  tiempo libre entre desayuno-comida-cena-cóctel y sorpresitas del hotel, nos apuntamos a algunas excursiones (lo otro que estáis pensando también, cómo no, que estábamos de luna de miel, pero tiempo hay para todo y además, que mi querido O no tiene 20 años ni se desayuna con cuatro viagras.

Las excursiones estas para mí fueron un pelín sosetas, pero para O fueron bastante cansantes, aunque se lo pasó muy bien. Estuvimos dando una vuelta entera a la isla con parada en sitios emblemáticos como Garachico, los Gigantes, Icod de los vinos y el famoso drago milenario, Puerto de la Cruz, La Orotava y Candelaria; otro día estuvimos en la Gomera, y aunque hacía un fresco horroroso, nos lo pasamos muy bien, y la excursión en ferry y la visita a Garajonay estupendas. Luego al día siguiente subimos al Teide en teleférico, sin palabras la ascensión.

En fin, a mí me hubiera gustado algo más de caña, y también salir a bailar, pero salvo una cena de gala, un cóctel con animación y un espectáculo de un tal Trevor Martin que imitaba muy bien a Elton John, Tom Jones y cuando british friki se le pusiera por delante, no solíamos salir de noche demasiado. Paseitos muchos paseítos, incluso confieso que yo a veces me hacía la despistada  para forzar a andar un poquito más (que O me perdone que una noche me acabé despistando yo también y anduvimos por ahí dos horas medio perdidos. Ese día la cena nos la ganamos a pulso).

Luego al cuarto día vino un gran descubrimiento, un día que estaba nublado: el SPA de agua saladita. Una piscina de agua saladita, insuficiente para hacer plusmarca, pero suficiente para dar más de diez brazadas. Se flotaba de lujo, y a mí y a mi queridísimo que nos sienta fatal el cloro, fue la gloria. Agüita saladita a 32 graditos. Una pura gloria. Encima con chorritos de circuito termal, cascadita, jacuzzi, sauna y baño turco. Como digo, lo descubrimos un día pero repetimos de nuevo el día antes de la vuelta.

Otro descubrimiento que hemos hecho y que es un hobby que promete unirnos mucho más es el billar americano. Ya jugábamos O y yo algunos sábados noche a los dardos. A mí se me da algo mejor, pero bueno, le ponemos ganas. Pues con el billar es al revés: A él se le da de fábula y yo me defiendo lo justo para que las partidas den juego. No sé cuántas chicas juegan a los dardos y al billar. Yo además he jugado al futbolín, al ping-pong y no sé a cuántas cosas más de esas que encandilan a los chicos de treces años, como los simuladores de Fórmula-1, el minibasket, el minigolf y los discos flotantes. A las chicas generalmente no, pero es que yo me he juntado más con chicos y con chicas algo marimachos como yo.

En fin, que si por O y por mí hubiera sido, nos hubiéramos quedado allí un mes entero en Tenerife, además, en el hotel las únicas básculas que había eran para pesar maletas en el hall de la entrada.

Bueno, me voy a comer algo, otro día os filosofeo algo más sobre mi nuevo estado de “señora casada”

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