El año del buey

El día 26 del mes pasado comenzó el año chino del buey.

Como ya viene siendo costumbre para aquellos que me conozcáis de hace tiempo, no suelo hacer balance ni buenos propósitos para el año en curso hasta que comienza el año chino. ¿Motivos? Año nuevo es un momento lleno de demasiado alcohol en sangre y euforia navideña y los buenos propósitos acaban siendo demasiado pretenciosos.

Comenzaré haciendo balance del año anterior. Esta vez, y a diferencia de otros años, intentaré dar menos estadística y un mejor resumen con inclusión del factor emocional.

Empezaré hablando del área laboral, donde puedo estar muy contenta de haber sido una buena pringadilla, haberle dedicado más horas al trabajo que un semáforo de una calle y, aún así, no creo que llegue nunca ser jefaza de nada, porque me falta el carácter en las venas. Cada día que pasa, pienso más y más en que me equivoqué de profesión, si es que por profesión se puede entender pasarse horas y horas intentando resolver problemas absurdos y engordar las arcas de una empresa, sin tener sensación de haber sido realmente creativa o estar entusiasmada al límite con las tareas que me tocan hacer. Al menos, eso sí y con la crisis que circula puedo darme con un buen canto en los dientes, como diría mi padre, de tener un estupendo trabajo y un más que aceptable sueldo. Por no decir que mi empresa está por encima de la media de consultoras explotadoras.

El área sentimental este año ha sido un auténtico huracán. Hasta mediados de octubre, las broncas, los disgustos y las impenitentes rupturas definitivas se han ido sucediendo una tras otra. Mis nervios han estado todo el día a flor de piel, y no sé cómo mi trabajo ni mis estudios se han resentido demasiado por ello. Ni que decir, que si los disgustos matasen, yo tendría ya que estar muerta.

El tema de los estudios ha andado regulín regulán. Las certificaciones profesionales han ido estupendamente, pero los idiomas ni tiempo he tenido para hacer una maldita redacción en condiciones, por mucho que me haya dejado el pellejo leyendo y leyendo y haciendo los deberes más o menos. Espero que este año consiga aprobar el maldito francés que me trae mártir. Del alemán, con que no me echen de clase tengo más que suficiente, porque ya lo voy a dar por perdido, no hay más que hacer.

La salud este año ha estado hecha un auténtico asquito, y creo que este año va por el mismo camino. Ya no es que vaya a ser un milagro si consigo un embarazo, es que me daré por muy contenta si no acabo en un quirófano, porque cada día me sacan algo nuevo peor que el anterior.

De imagen, cuidados, aficiones y amigos, para qué hablar. No tengo tiempo para nada, llevo unas greñas tremendas, aunque con unas horquillas y un poco de maquillaje hago auténticos milagros, y acabo dando una imagen bastante impecable para ir a trabajar. Sin embargo, mis diez kilos de más me tienen muerta. No sé qué hacer para perder tanto peso, ya sólo me queda dar con un buen endocrino y rezar mucho. Tengo el tiroides hecho migas y lo peor es que nadie se lo toma en serio, hasta que explote por algún lado, de momento lo que ya explotó este año fueron una chaqueta y un par de pantalones. Y lloro porque no soy una gordinflona adicta a las hamburguesas xxl pero acabaré siéndolo si ahora no paso de un IMC de 26 al mío de toda la vida de entre 18 y 21.

Alguno me dirá que llegar a los cuarenta años sin arrugas y con un culito de modelo es imposible, que una cosa o la otra y no tengo ni canas ni arrugas, pero claro, voy teniendo papadita y cartucheras, y me miro en el espejo y me siento igualmente viejita…Ay la depresión de los cuarenta qué mal es. Si por lo menos tuviera un bebé por el que dejar de pensar en mis carnes colganderas…Pero no.

Luego está el tema de cuidarme. Este año no me he cuidado nada de nada. No he ido al gimnasio lo necesario, he dormido poquísimo y me he mantenido a base de comidas innombrables. Normal que mis cartucheras estén revolucionadas.

Menos mal que este año pinta bien, porque creo que podré dejar la maleta descansar un poco, y a lo mejor, hasta consigo regular mis ovarios y calmar mi maltrecho útero, harto de ser centrifugado dos o cuatro veces por semana a diez mil metros de altura. Quizás este año siga teniendo mucho, no sino muchísimo trabajo, pero si estoy en Madrid durante la semana al menos conseguiré:

a) Comer a horas más o menos regulares y comida más o menos sana ( el nuevo cliente donde presto servicios tiene un buen comedor, sano y a buen precio).

b) Ir a suficientes clases de idiomas como para que al menos se me queden los conocimientos por ósmosis.

c) Dormir al menos cinco horas al día y con ello mantener mi sistema hormonal en mínimos.

d) Ir al gimnasio al menos dos veces por semana y pasear de vez en cuando.

e) Ver a mi chico lo suficiente como para que, si me no me quedo embarazada, no sea por falta de práctica.

f) Ir a las consultas médicas que necesite como para que den al final con el tratamiento que necesito seguir.

g) Poder tomarme las vitaminas, tés, suplementos dietéticos necesarios y hacer todas las medidas médicas recomendadas sin que un aduanero le dé por tirarme mis pastillas, potingues, etc o no encuentre una farmacia que me entiendan y tengan las medicinas que necesito. Parece de broma pero os asombraríais si os cuento que en algunos países te pueden tirar a la papelera las antibabies porque allí no están permitidas. Y en otros te tiran cualquier medicina que no venga con una receta médica internacional, incluido un inocente paracetamol o un jarabe para la tos.



Otro asunto que me he prometido, y que ya he empezado a hacer con éxito es terminar de amueblar la casa. De momento mi salón ya parece el de una persona normal, aunque todavía no tengo las cosas esas de personas normales como son las cortinas y los espejos de baño, pero todo se andará, lo prometo.


Bueno, mañana si tengo tiempo, prosigo, ahora me voy que echan mi serie favorita, House y no me la pierdo por nada del mundo.

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