La folie de las hormonas


Hace dos años ya que dejé la famosa antibaby y, salvo de trabajo y de casa, mi vida ha cambiado mucho, demasiado diría yo.
Para los que os dé pereza retrotraeros en este blog hasta comienzos del año 2008 y la vorágine de mis broncas con Z, mis viajes por el mundo en los proyectos europeos y mi vuelta al idioma de Moliére y al de Goethe, os adelantaré que el día 23 de enero del 2008 debería haber recuadrado esa fecha en rojo en el calendario, pues fue el último día que ingerí la malévola pildorilla amarilla.
Fue un acto de valor, lo reconozco, porque creo además que se lo comuniqué a Z, y aunque no tuve noción entonces, fue el principio del fin de aquella relación, el fin de la era de los fines de semana de cubateo y levantarme los domingos tarde tras monear con el pariente sin pensar en las consecuencias de la gimnasia dominical…
Digamos que he pasado por cuatro eras hormonales y existenciales en mi vida.
La primera era la era de la niñez y “las no hormonas” algo similar a la tercera era de “las hormonas en pause prolongado”. La única diferencia era que en esta última era tenía mensualmente una hemorragia que simulaba una regla y que me confirmaba que efectivamente, no estaba embarazada. La segunda diferencia claro está, que en la niñez no tenía sexo, como no fuera restregándome contra el megaosito Bubu.
Mi segunda era, de la pubertad hasta los 23 años, podríamos llamarla la de “La folie de las hormonas” porque cada mes era algo distinto y novedoso. Nunca sabía con exactitud cuándo me iba a venir la regla ni tampoco cuánto me iba a doler ni los otros síntomas indeseables que me iba a causar.
Además, cuando ovulaba era algo escandaloso, no necesitaba de tiras en orina ni de palparme el cuello de útero o meterme un termómetro debajo de la lengua ya que directamente todos los chuchos del barrio me perseguían para intentar montarme y yo toda ingenua pensaba que si no perseguían a mi madre o a mis hermanas pequeñas era porque yo les caía mal directamente y querían morderme… Lo malo es que me pasaba igual con los moscones de la playa, los de discoteca, los “flogoneteros” y los albañiles… Y acababa aterrorizada y tapándome hasta las orejas … Bueno, al principio, porque luego con dieciocho años comencé a destaparme poco a poco en cuanto empecé a echarles el ojo a unos cuantos… chicos (no perros ni flogoneteros, etc, etc)
Era algo parecido a la de ahora que podríamos llamarla directamente la de “las hormonas en régimen abierto carcelario”, claro que entonces toda mi concentración y terror era la posibilidad infinitesimal de quedarme embarazada, aunque fuera bañándome en una piscina pública a los doce años (prometo que esas chorradas y habladurías de viejas rondaban por mi mente cuando se me retrasaba la regla) . Ahora, de chiste, mi terror es que sólo tenga esa posibilidad infinitesimal de quedarme embarazada y para eso, en vez de bañarme en una piscina pública tenga que hacerlo en las cataratas de Kumunurra como ha declarado que hizo Nicole Kidman para concebir a su hija.
Después de empezar a tener novios estables y el problema de ovarios que ya sabéis todos, con veintitrés años empecé a tomar la píldora y comenzó la era de “las hormonas en pause prolongado”. Una delicia porque no “cortaba el rollo”, ya sabéis a lo que me refiero, pero por el contrario “cortaba la libido” porque me dejaba más seca que una mojama, y así empecé mi calvario de candidiasis, cistitis, uretritis y ectopias de cérvix que degeneraron y degeneraron durante tiempo hasta que hace ya ocho años me tuvieron que quemar por completo el cuello de útero.
Aún así, aguanté estoica seis años más, pero ya sabía que aquella pastillita muy sana no es que fuera…
Durante dos años ahora he vivido con las “hormonas en régimen de tercer grado” diría yo porque no están en la completa libertad de mi primera juventud, pues no sólo es que las vigilo yo sino unos cuantos médicos más y encima cuando no se comportan como debieran se las pastorea a base de prescripciones de hormonas, vitaminas, y cualquier otra ayudita como el té verde, el té de hojas de frambuesa, jarabe expectorante, arándono rojo o ginseng coreano y otras cosas que sólo se pueden pillar en un herbolario o a la puerta de una discoteca de diseño.
En cuanto al impacto en mi metabolismo y ánimo, hablaría largo y tendido:
De la época de las “hormonas en pause”, no recuerdo bien la fecha de comienzo, pero muy posible fue en mayo del año 93, cuando previamente me había quedado hecha un fideín de cuarenta y nueve kilos, record de peso de mi época de adulta.
Como todos los matrimonios, mi relación con la antibaby empezó con muchas promesas de arreglarme todos mis malditos problemas de ovarios y hormonas, y acabó causándome otros problemas y trastornos que no tenía antes y al final, como todos los matrimonios que se rompen, aunque eché de menos durante muchos meses la rutina de la asquerosa pastilla amarillita, no por menos dejé de respirar el aire puro de ser una mujer libre de hormonar cómo y cuándo quisiese.
Gracias a esa pastillita mejoró de manera meteórica mi capacidad de estudio, pues el latoso SPM se agazapaba cual diabólico saboteador a la espera de un examen crucial para atacar con sus malditos retortijones y horribles migrañas. Así, ¿cómo iba a poder dar de sí en condiciones para un examen?
Con la pilodorita mágica, en tan sólo un año y medio me hice los casi tres cursos que me quedaban de carrera entre asignaturas nuevas, viejas y arrinconadas por imposibles. Ah, y compaginándolo con el trabajo.
Todo gracias a mi amigas Diane35 primero y luego Gynovin, Minulet, Yasmin, Microdiol y por último Tryginovyn, y no sé si alguna más por medio, pero seguro que fue un corto romance farmacológico sin trascendencia.
¿Cómo no les voy a tener cariño a mis queridas amigas? ¿ Y la emoción de haber pasado por casi todas las pastillas que ponía a la venta los laboratorios Schering? ¿No deberían ellos esponsorizarme ahora mis tratamientos de fertilidad por haber sido su mejor paciente durante más de quince años?
Creo que me deben dar una medalla por ingerir esas cosas habiendo leído además todos los efectos secundarios posibles y, salvo la trombosis, la perforación de pulmón, el infarto y el cáncer de hígado creo que padecí el resto en mayor o menor medida.
¿Y ahora pensaban los médicos que me iba a arrugar por un posible síndrome de Hiperestimulación Ovárica? Ja,ja… Es increíble que en las clínicas de fertilidad te hagan firmar un documento de “Consentimiento informado” para embucharte y pincharte toda la mierda hormonal que te recetan y no nos hagan firmar a las pacientes de la antibaby ni siquiera a las de la bomba hormonal conocida como “Píldora Poscoital”.
Pero no voy a despotricar de la pobre pastilla amarillenta que debía ingerir cada noche normalmente antes de irme a la camita.
Además, la pastilla milagrosa protegió mis ovarios durante muchos años, otra cosa que los óvulos dentro hayan quedado como lentejas resecas y ahora me los vayan a tener que abrir con abrelatas para hacerles el ICSI, pero bueno, lo importante es que me quedan óvulos, luego ya se verá cómo se expurgan para la siembra, que digo yo que de unos cincuenta mil que me deben quedar, habrán mil buenos todavía, lo que dan para unos cuantos hijos, ¿o no?
En estos dos años he tenido que revivir mis antiguos problemas agravados ahora por mi edad “añosa” desde el punto de vista de la madrastra naturaleza, que de madre tiene bien poco a mi entender.
Para mi sorpresa, la píldora no me engordó así que me tiré más de trece años pesando entre cincuenta y cincuenta y siete kilos, hasta que en año 2006 mi metabolismo empezó a cambiar a la par que mi intolerancia a las antibaby y ahí empezó la transición…
Aunque la pildorita ambar tenía muchas ventajas, recuerdo bien los últimos años de mi matrimonio con los productos de la casa Shering.
Primero fue el maldito spotting, sin justificación, pues mi cérvix estaba bien esta vez para variar. Me recetaron pastillas más potentes y salvo unas horribles jaquecas y cuatro kilos de peso en los siguientes dos años nada de nada, el spotting fue y vino de manera caprichosa.
Entonces pensé en, ¿y si yo soy un caso de menopausia precoz encubierta por las pastillas anticonceptivas? Como por aquel entonces ya no soportaba las migrañas y además quería hacerle ver a Z que mi idea de tener hijos no era un capricho, voilá, dejé de tomarlas así sin más…
Y empecé a engordar y engordar y la báscula subía y subía y yo no hacía más que matarme a vitaminas prenatales y clases de aerobic… Ay que calvario!!!
El record de foca lo tengo ahora que ando casi por los setenta kilos y me da ya asco hasta pesarme. Sé que tengo la disculpa de las hormonas, naturales y adquiridas a golpe de prescripción médica y que mi ICM todavía anda cerca de los 25.
El año pasado, un endocrino con más pinta de botijero que de nutricionista me puso una dieta nazi que me hizo perder siete kilos en tres meses, claro que casi pierdo hasta el aliento, porque empecé a tener problemas de spotting otra vez y la sombra de los problemas hormonales volvió. Tras pruebas y más pruebas, mirarme el útero del derecho y del revés y sacarme muestras y muestras, la recomendación del ginecólogo fue que dejara de macharme en el gimnasio y la dieta prusiana, pues ahora tenía otra prioridad.
Engordé de nuevo los siete kilos perdidos pero los problemas mejoraron, así de cruel es la vida..Condenada a ser gorda para ser madre o por lo menos tener alguna posibilidad…
Según el médico mientras no pase de 28 no es grave y para eso aún me quedan casi diez kilos cuando los diez actuales me han llevado dos años pillarlos y antes seguro que he terminado el tratamiento o él conmigo…
Aún así la sensación de no poder embutirme mis mejores jeans es de un dolor indescriptible, una sensación angustiosa y depresiva, de la que no me salva el que los médicos me digan que no me preocupe, que lo importante es que ovule bien para que los tratamientos de fertilidad puedan funcionar…
No sabéis lo mal que lo paso yendo a trabajar en vestidos amplios y con leggings para disimular mis carnes frondosas. Y es que no quiero comprarme ropa nueva que sé que va a ser efímero su uso (y humillante). Además, con cerca de setenta kilos no hay ropa de top model que me pueda embutir ni con el truquito de la lycra que usaba antes… A menos que ahora en vez de con lycra hagan los jeans más elásticos con látex de los condones xxl.
El otro día para más recochineo, tenía mucho calor en el bus y me quité el abrigo. Como llevaba un vestidito estilo imperio que igual vale para premamá (por aquello de que la ropa me valga para el futuro próximo) una señora me quiso dejar su asiento porque estaba yo ahí en medio, sofocada y mareada por el subidón de la megadosis de progesterona del nuevo tratamiento.
No os podéis imaginar la vergüenza que pasé al responderle eso de : “No, señora, si no estoy embarazada, igual sí pero es que estoy con medicación y …”
Desde ese día decidí no quitarme más el abrigo en los transportes públicos aunque sude como un pollo asado.
En mi imaginación, veo que mi parto va a ser más de un bebé elefante que de un niño y luego me van a tener que hacer una lipoescultura usando las canalizaciones del Estanque de las Tormentas de Aravaca para sacarme toda la grasa averronchada en mis muslos y culo de plaza de toros…
Y esto lo escribo porque tengo intención de borrar de mi lista de personas gratas a las que volver a dirigir la palabra al próximo amigo, pariente o conocido bienintencionado que me diga aquello de: ¿Has visto lo gorda que te estás poniendo? O peor aún … ¿No has pensado en hacer dieta?
Os dejo que tengo muchos deberes que hacer y tengo un trancazo horroroso, que seguro que ha sido por el remojón del otro día.
Para ilustraros el tema de hoy, os dejo con una pintura de René Magritt.

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