La importancia de llamarse Ernesto

Recientemente he vivido un nuevo episodio de mi “maleficio particular” en el trabajo.
Se trata de un hecho bastante curioso y demostrado, ya voy por la quinta edición de este fenómeno digno del Friker Jiménez.
Se trata de tachán … la maldición del nombre “A……” (No voy a dar nombre completo para que no se reconozcan los personajes, sólo el comienzo de dicho nombre).
De hecho, A. es un nombre corriente, es verdad que poco visto y que ya casi nadie pone así a sus hijos, pero no es tan corriente como llamarse Pepe, Paco, Antonio, Manolo, Carlos, etc.
Todo se remonta a hace más de diez años, cuando tuve un compañero de trabajo recién llegado del otro lado del charco (tampoco voy a decir de qué país para no despertar susceptibilidades). Pues bien, este chico llamado A. empezó a rondarme al mes o así de trabajar juntos. Se ve que verme arrastrada por los suelos cableando equipos le dio morbo y así un día me invitó a su fiesta de cumpleaños.
Yo por aquel entonces estaba sin compromiso y me apetecía conocer gente nueva así que acepté su invitación a la fiesta. Además, iba a tener la oportunidad de probar comida auténtica de su país cocinada por su hermana mayor con la que vivía.
L a fiesta fue muy bien, pero se ve que el chavalito se achispó mucho y empezó a darle a los piropos, de tal punto que me empezó a incomodar soberanamente. Llegó un momento en que le pregunté si se encontraba bien porque le notaba un tanto etílico y me dijo que no, eran “mis lindos ojos que lo habían enamorado”.
No pude evitar un ataque de risa. Era tan requeteobvio que el chaval estaba borracho y que quería llevarme al huerto.
Le contesté que no podía haberse enamorado así de golpe y plumazo en un noche cuando nunca me había dado señales de que yo le gustara.
El chaval, ni corto ni perezoso me dijo que le caía bien de siempre, pero que esa noche en especial había caído rendido y bla, bla, bla. Os juro que era demasiado empalagoso. Demasiado, demasiado, demasiado. Yo estaba aturdida. Además, ese chico no estaba tan mal físicamente pero me molestaba soberanamente su empalagamiento de manual, porque para mí estaba bien claro que lo llevaba aprendido de casa y empleaba la misma estrategia con todas.
Total y concluyendo: Que le respondí que era imposible que se enamorase nadie de esa manera (llegó a pedirme en matrimonio y todo y que me iba a llevar a conocer a sus padres y bla, bla, bla).
Le dije que aquí en España, las chicas no necesitamos que nos prometan la Luna ni más cuentos y zarandajas para llevarnos a la cama. Que con que me lo dijera claramente yo ya vería si sí o si no, pero que no hacía falta que me soltara toda la chapa horrorosa estilo don Juan Tenerio.
El chico se debió ver totalmente pillado, ya que de otro modo hubiera seguido insistiendo en su enamoramiento y haberme intentado convencer de que era real pero en su lugar, rabioso, yme contestó:
- Ah, pues, aquí, ¿lo de las flores y poemas no es necesario para llevarse una chica a un hotelito a gozar un rato?
Aquello sí que fue la pera y me partí literalmente de risa pero intenté que no se notara mucho que me estaba divirtiendo con él. Era la cosa más graciosa que me había pasado en mi vida.
Le espeté en la cara toda con cara de enfado:

- Pero A., ¿tú te crees que yo soy tan tonta y tan golfa de liarme así sin más con un chaval que encima luego tengo que ver todos los días en el curro? (Por dentro estaba divertida a ver cómo se lo tomaba…)
El chaval, tan machista como inocente, entró todo al trapo cual Vitorino al capote:
- Pero, si me acabas de decir que aquí en España no hace falta todo el tema del “cortejo” para acostarse con una chica.
Yo rematé la faena con cara de incomprensión (por dentro me estaba meando de la risa):
- Ya, pero eso no quiere decir que nos acostemos con el primero que nos lo proponga, y en tu caso además está el incoveniente ese que dice el refrán de aquí: “donde tengas la olla no metas la …” Pues eso, que aquí en España no nos acostamos con los tíos del curro (a menos claro, que la relación tenga visos de formalidad y eso…)
Bueno, se ve que el chaval se enojó realmente pues se fue corriendo del garito donde estábamos tomando la repenúltima y me dijo en la cara:
- Pues en mi país es muy normal tener asuntos con las compañeras de trabajo, ¿dónde si no voy a encontrar chicas lindas y bien educadas y no rameras piojosas? Pero se ve que aquí ustedes prefieren a los maricas de discoteca y no a hombres de verdad . De verdad que no saben divertirse…
Yo me volví a partir de risa pero esta vez se la solté en la cara. – Ay los machitos de X (país del chaval), tras de lo cual el chico estaba realmente furioso y me gritó:
- Pues no te preocupes porque no vas a tener líos en el trabajo, no por lo menos con chicos como yo porque por estas (acompañó la frase con el beso a los dedos en posición de juramento) , que te van a durar lo que un suspiro, ya verás, que te lo dice un hijo de santera y …
Yo me seguí partiendo el culo de la risa, de verdad.
Y ahí acabó todo. A las dos semanas, el chico se volvió a su país, nuestros jefes estaban alucinados porque no entendían el motivo ya que él alegó algo sobre una universidad que le había escrito para que colaborase en un proyecto muy interesante.
¿Enfado? ¿Falta de oportunidades aquí? Quien sabe…
A los dos años, en otra empresa, vino a nuestro departamento otro chico, esta vez nativo español, con el mismo nombre. Curioso, pensé, ya que no es un nombre corriente, como digo.
Todo fue bien, hasta que al mes y medio su padre murió, él regresó a su ciudad de origen (no era de Madrid) y no sé exactamente si es que heredó unas tierras o qué, o que la informática no era lo suyo, el caso es que salvo un par de correos poco supimos más de él.
No le di importancia al tema, a fin de cuentas con treinta años todo el mundo se cambia de empresa más que de novio/novia y mira que de lo segundo a esas edades andamos revolucionados, al menos los que hemos acabado la carrera con veinticuatro y necesitamos aire y respiro…
Hace tres años, vino a parar a mi empresa y concretamente a mi grupo de proyecto, un chaval recién licenciado también de allá el charco (se ve que allí el nombre ese es más frecuente estadísticamente).
La cosa empezó más o menos bien, el chico parecía espabilado, aunque sólo lo parecía. Pronto los otros jefes empezaron a pensar en no renovarle la beca de colaboración. Yo intercedí por él, porque pensaba que a pesar de sus frecuentes meteduras de pata, podría sernos de utilidad, pero un día que estaba yo de vacaciones, al parecer metió bien la pata con algo de otro jefe que también disponía de él y a los dos días, estaba fuera.
Ni tiempo tuve de despedirme de él. (Y van 3).
Bueno, pensé en aquel momento en el dichoso nombrecito, pero no lo acabé de asociar.
Este verano, un chico que llevaba ya tiempo en la empresa, vino a sustituir a mi compañero habitual por vacaciones. Le bromeé incluso con este tema, y le dije que según la maldición, en dos meses estaría fuera de la empresa. Bueno, me equivoqué porque no fueron dos meses, fue en uno y medio ya que antes de que acabase octubre, se había ido, no sólo de la empresa, sino de Madrid y prácticamente, de la vida de informático ya que se fue sin curro siguiendo a su novia.
Vale, ya la cosa no me hacía tanta gracia. Así a lo tonto a lo tonto ya iban cuatro.
Pues la semana pasada resulta que vino el sustituto de mi compañero que se fue en Navidades (al menos no se llama A…., y estuvo en el proyecto un año entero), cuando me dijeron el nombre , me quedé helada… Otra vez no…
¿Cuánto me ha durado esta vez? Pues vamos de mal en peor, porque tres días escasos. Y según él, se ha ido sin otro curro (yo no me lo creo, en serio). Tampoco le conté lo de mi maldición, así que no estaba avisado…
Espero que mis jefes, en la oferta que cuelguen para el próximo, pongan el requisito: “Indispensable no llamarse A….”
Ahora en serio, dejando de lado las historietas de Stephen King, de esas de revolver cadáveres y maldiciones gitanas.
Yo creo que, como decía Oscar Wilde, en “La importancia de llamarse Ernesto”, un nombre condiciona. Por eso no me tomo en vano lo de buscarle un buen nombre a mi futuro retoño. Ya sé seguro qué nombre no ponerle.
Llamarse “A….” es condicionar a un niño a ser “culo de mal asiento laboral”. ¿Por qué? Veamos las causas:
- Una familia del montón no llama así a un niño. Lo llama Pepe, Manolo, Paco, Rafa o Carlos. Y así su niñó será un chico “normal”. ¿Os imagináis cómo hubiera sido la vida de Adolf Hitler si se hubiera llamado Karl Schmidt o Joseph Heiss? Un nombre condiciona y mucho. Lo mismo que llamase Napoleón, Winston o Ulises. Lo menos que te puede salir el niño es líder pandillero y con mala suerte, político , que es mucho peor…
- Por el contrario, si pones a tu hijo Christian, Sergei o Camilo, no te extrañes si te sale folklórico, bohemio o patinador.
- Si le llamas David o Gustavo, tiene muchas papeletas de acabar en O.T o en G.H y no digamos si es niña y tiene nombre exótico: Fayna, Nayala, Noemí, Chenoa…
- Si le llamas Adam pues tiene muchas papeletas para acabar siendo economista.
- Si le pones un nombre compuesto que empiece por Luis o Victor y o acaba en Alfonso se hará actor de culebrones o cantante de boleros, si es que no es de la nobleza ya, claro “Luis Miguel, Luis Alfonso, Víctor Manuel, Victor Alfonso, Roberto Carlos …”
Y claro, si lo llamas “A….” será un culo de mal asiento laboral. Esta es mi teoría, pero no tengo más estadísticas que las mías. Enviadme las vuestras y lo veremos.

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