Gymkhana a un mes de la boda


Mi útero, según la última biopsia, ha quedado sanado. Bien, un problema menos del que preocuparme estos días tan trepidantes.

No queda claro, y no se aclarará hasta mayo, si además de sano, se ha vuelto también fértil, pues antes no lo era.

En este impasse,  tengo por delante apenas un mes para terminar todos los preparativos para la boda.

La gente piensa que mis nervios son por el hecho en sí de casarme, del cambio de estado.

Cuando me bromean con esto de “cambiar de estado”, les recuerdo que no soy un cubito de hielo que se vaya a derretir ni el vapor de una olla. Cambiar de estado civil es algo menos traumático desde luego.

A fin de cuentas, es seguir haciendo lo que hasta ahora, pero con más derechos. También con el inconveniente de que, si algún día nos peleamos, podremos dormir separados, pero no vale el “ahí te quedas” porque ese “ahí te quedas” significa un montón de papeleos, dinero y gestiones.  Así que hay que estar seguro de que te llevas bien con la pareja para dar este paso. Pero nada más. ¿Qué hay de distinto?

Pues hay que pensar en las ventajas: Si me pongo enferma yo o mi querido O y tenemos la desgracia de acabar en un hospital o pasar por quirófano, tendremos derecho a cogernos el día libre para estar ahí apoyándonos.

Otro tema es el de la adopción. No tendremos que justificar que vivimos juntos mediante complicados trámites. Bastará con llevar el libro de familia y ya.

Podría pensar más cosas, ahora mismo no se me ocurren. En fin, más que nada, es para convencer a los demás, tanto amigos como jefes y sobre todo al Estado, de que somos una pareja sólida (otra vez me salió una palabra relativa al estado físico), en vez de una pareja gelatinosa, o vaporosa (me sé yo de parejas así, hombres y mujeres que se esfuman de tu lado cuando tienes el más mínimo problema).

El caso es que mis nervios vienen de la gymkhana para conseguir compaginar los preparativos con la ya de por sí abarrotada de servidumbres que tiene mi día a día. A saber: Trabajo, médicos (rehabilitación de la espalda), estudios o asuntos relacionados con mi carrera profesional, y recados o asuntos relacionados con el hecho de ser adulto y tener una casa en propiedad.

O. me está ayudando con el tema de la boda, pero, aun a riesgo de que me llaméis feminazi, he de confesar que la idea de gestión de una boda que tiene él y la que tengo yo difieren un tanto. Para él los detalles no cuentan, lo importante es que estemos los dos en la Iglesia el día y hora de la boda y que demos el sí quiero. Todo lo demás le trae poca cuenta.

Así que me ha ayudado con los papeles de la iglesia y a buscar las alianzas. Pero el tema de coche, fotógrafo, vacaciones, flores, lista de boda, etc. me lo estoy comiendo casi yo solita.

Su madre, por el contrario, es mucho más detallista que yo, y viendo que O es bastante  pasotilla o poco convencional, se ha erigido en mi colaboradora número 1. Y menos mal, porque si no ya me habría dado un ataque de ansiedad.

De todos modos, está claro que somos las mujeres las que organizamos las bodas. Y no me extraña que la mayoría que se divorcian no vuelvan a casarse en la vida.

Yo antes no lo entendía, pensaba que era por suspicacia hacia sus nuevas parejas, o por no perder la pensión del ex-marido. Qué va, yo creo que es por no pasar de nuevo por esta locura tan agotadora como es la de organizar una boda.

Para empezar, tú quieres ser sencilla y original. Piensas que hacer algo sencillito y con personalidad te resultará más fácil y barato, pero….Error ¡!!

No hay nada “sencillito”. Y mucho menos “original” sin aflojar bien la mosca.

Yo hasta ahora no era una chica de esas que piensan que el día de mi boda sería como el de la emperatriz Sissi. Más bien mi idea era de algo tipo boda Starwars, con Padmé Amidala en Naboo con mi chico vestido de Anakin. Una mezcla entre el cuento de la Princesa Prometida y Galáctica, estrella de combate.

Pero no, es imposible hacerlo así. En las pelis, se puede ser todo lo romántico y original que se quiera porque hay curas alienígenas que están siempre de guardia por si a la parejita de turno le da un calentón y antes de ponerse a fornicar como descosidos deciden legalizar lo suyo.

Incluso hay películas que son un tanto a la inversa, con Cameron Díaz y Ashton Kutcher protagonizando una boda en las Vegas sin llevar encima siquiera el permiso de conducir, así a lo loco…

Pero sólo en yankiliandia o en galaxias remotas es posible casarse así de un día para otro, con todo improvisado, un velo a lo croché de la abuela y un vestido hippie blanco multiusos, que lo mismo vale para una boda que para una bacanal romana.

En España, y más concretamente en Madrid, casarse te da problemas y problemones, jaquecones auténticos (ya llevo esta semana lo menos una caja entera de ibuprofeno, y no exagero).

El motivo es que todo está muy estandarizado, desde el vestido de novia hasta la carta del menú. No te dejan “ser sencillo”. Le dices al tío del restaurante que no quieres uno de sus cinco menúes insulsos y prefieres unas mediasnoches de foigras y morcilla y le da un síncope. Al fotógrafo le dices que sólo quieres tres fotos y sin álbum digital y se va corriendo seguro a ponerte tres velas negras. Además, hay auténticos lobbies. La iglesia tiene sus fotógrafos y floristas concertados,  y el restaurante te mete sus clavadas sibilinas sin que apenas te des ni cuenta, que una cosa es lo que te dicen que vale el menú y otra es el montante final que vas a pagar por todo el sarao…

Y lo peor no son ya los “depredadores profesionales de novios cervatillos”. Lo peor es la cohorte de amigos y familiares que intentan hacer de tu boda lo que ellos quisieran que fuera su boda, aunque está por ver cuando les toque a ellos los disparates que llegarán a cometer.

Con la frase lapidaria de “pero es que ese día es tan especial que cómo no te vas a …”

-          Gastar 300 euros para que una presunta profesional del maquillaje te deje la cara como el payaso fofó.

-          Gastar 800 euros en una limusina rosa para que te trasporten escasos cinco kilómetros.

-          Invertir tres mil pavos en un viaje espantoso a la jungla vietnamita, cuando por ese precio te vas a Tenerife y te sobra pasta para hacer todas las excursiones que quieras e inflarte a daiquiris

-          Gastar 400 pavos en un peinado de novia para acabar pareciendo a Marge Simpson.

-          Gastar 500 pavos en unos zapatos para los que haría falta sacarse un carnet de funambulista.

En fin, que te ves envuelta en una vorágine en la que parece que tienes que doblegarte a lo que hay a riesgo de que te llamen friki, chalada o cualquier cosa.

Yo intento ser lo más natural posible, dentro de que ir embutida en un vestido de novia que viene a ser algo que podría servir para hacer un paracaídas no es muy natural que digamos.

Pero bueno, aún así, piensas que el peinado al menos sea sencillo de realizar y que te favorezca. Error: Los peinados que saben hacer las peluqueras de bodas no están pensados para que te favorezca, sino para que peguen con el vestido que llevas, o eso creen.

Digo yo, qué más dará. Pero no, al final, no sé qué pasa, que hay que ir con un moño a lo Marge Simpson, cuanto más alto, más elegante… Las peluqueras se quedan boquiabiertas cuando les dices que quieres ir con el pelo suelto, dado que tienes ya una edad  en la que un moño me haría parecerme más a Katherine Hepburn en “La Reina de África” que a Audrey también Hepburn (curioso) en Sabrina…

Pero ellas no piensan en lo que les estás contando, piensan en su idea de lo que es una boda y los ocho peinados que saben hacer bien, que todos incluyen caracolillos redondos alrededor de la cara, que los odio, lo juro.

Cómo envidio a los chicos que sólo tienen que ir a cortarse el pelo y lo pueden hacer el mismo día de la boda por la mañana. Y sólo con afeitarse y echarse colonia, ya están monos y socialmente aceptables.

Una novia parece que tiene que estar como una estrella de Hollywood, aunque por dentro esté que reviente porque le tira el moño, el maquillaje más que algo sutil parezca la reconstrucción del hotel Puerta América (ese de los mil colores espantosos), y los zapatos deberían ser prueba obligatoria en “Supervivientes”.

Una amiga hace poco se quejaba de que a las mujeres se nos juzga durísimo por la apariencia física. Da igual que tengas un nobel de física, o seas presidenta de una nación poderosa. Al final todo el mundo va a hacer comentarios y muy duros sobre tu imagen física. Por ejemplo, de Ángela Merckel se ha dicho de todo sobre su peinado, chaquetas, el pandero, etc. Pero de ningún presidente de gobierno he oído jamás sobre sus horribles cejas unicej, el culo pollo o la barba de pobre de pedir. Se les juzga por lo mal que gobiernan, no por la apariencia física.

Bueno, veremos a ver cómo salgo de esta. De momento ya hemos terminado el papeleo de la iglesia, aunque a mí me ha mosqueado y mucho la pregunta sobre qué sacerdote nos va a casar. Mi respuesta mental era: “Ay la leche, pero, ¿es que aparte de la fecha en la iglesia hay que haber reservado también sacerdote? ¿Esto no es como el Registro Civil que te casa el funcionario de turno? Pues el sacerdote que esté de turno o de guardia o lo que sea…”

Pues ya mosqueo, porque me ha entrado como un escalofrío pensando que a ver si ese día están todos los curas de la Iglesia yendo a ver al nuevo papa y nos dejan a mi chico y a mí mirando las figuritas del altar…

Al final me dijo el párroco que buscaría un oficiante de la parroquia y que a primeros de abril, después de Semana Santa, nos llamaría para preparar los detalles, y acompañó esto con un libro de preparación de bodas, buff… Siempre me toca a mí la parte más engorrosa. O. no se sabe ni el padrenuestro y a mí me toca seleccionar lecturas, preparar peticiones y simular delante de los curas y demás personal eclesiástico que estoy al día en estas cosas, cuando la realidad que no me sé ni el nuevo padrenuestro. Mi cabeza sólo tiene neuronas para resolver problemas difíciles, hace tiempo que dejé de memorizar poemas, listas de la compra y cosas que se pueden llevar en una chuleta.

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