El Muñeco de Plástico


Esta mañana me he encontrado con un antiguo compañero de trabajo de cuando estuve contratada temporalmente para temas de Defensa. Me gustaría explayarme más sobre este tema pero dado que no sé hasta qué punto daría información por la que me tendrían que cortar los pulgares, diré que el grueso lo dejaré para cuando sea una ancianita de pelo canoso y les dé más pena cortarme los pulgares por escribir mis memorias. Baste decir hoy por hoy que fui a dar por un contrato de personal laboral temporal a un grupo de auditores que parecían sacados de una película de los años sesenta de propaganda netamente franquista del estilo de “Margarita se llama mi amor” con cadetes engolados de la academia naval y servidores de la patria y cómo no, del generalísimo“Paquito Chocolatero y su señora Carmen la perlitas”. Ya me entendéis...

Pues bien, ayer pude comprobar que mi sustituto, a falta de personal con inteligencia humana, es un airgamboy de plástico con un chip para andar y hablar, pero que ciertamente no han logrado muy bien que parezca humano. Su compañero, antiguo conocido mío, a pesar de ser un tanto seco y bastante sobrado de sí mismo, al menos vestía y hablaba como los humanos. Y hasta me pareció que me apreciaba más que cuando departíamos agriamente sobre las carencias de los sistemas que examinábamos con lupa.

Pero el airgamboy de plástico que era su supuesto jefe atrajo la atención de todos mis compañeros. Dios si parecía el novio de la Barbie!. ¿Cómo se llama? Ah, sí, el Kent. Pues parecía una mezcla entre Kent y el príncipe Carlos de Inglaterra, lo digo por sus orejas y su aspecto un tanto campesino a pesar de su corte de pelo al milímetro que jamás conoció rafta ni patillas ni tinte alguno ni nada que no se adapte a los cánones de un buen chico de los años sesenta de padre procurador en Cortes. El traje, azul marino, como Dios manda, debe ser de los que vienen inarrugables y repelentes de las suciedad ya de fábrica.

En fin, lo dicho, que como les falta gente en la administración debe ser que han encargado a los japoneses que les fabriquen funcionarios del grupo A de plástico inalterable con el traje incorporado.

Debe ser esto de la tontería decimonónica la tónica habitual en la administración pública salvo en los reductos de consejerías dedicadas a asuntos sociales, de empleo, etc.


Yo estuve hace más de diez años de gestora de formación contratada también temporal por una especia de concurso-oposición de forma similar al puesto de auditora que he mencionado antes, y en este otro caso el ambiente de trabajo era totalmente distinto, aunque debo decir que si en algo se parecían ambos es en las redes de amiguismos, secretismos, elitismos y en la fobia a la gente nueva bien cualificada.

Estos de la consejería de Formación y Empleo (ahora creo que han cambiado de nombre y hasta de sitio), por el contrario, eran del estilo “progreta”, vamos, pijos guarros que los llamo yo.

Recuerdo que me presenté el primer día de trabajo allí en un centro de formación de Pan Bendito con mi traje informal pero bien, y mi pelo castaño rojizo, peinado al menos como los humanos, y me miraban como si fuera un extraterrestre bajado de un platillo. Mi jefa, la directora del área de formación, llevaba el pelo de un color indefinido entre el rubio platino y el azul eléctrico con mechones que le caían sobre el rostro como si una cabra le hubiese hecho estragos en el pelo durante la noche. El atuendo consistía en un jersey de lana de color morado con dibujitos y cenefas que le llegaba a media rodilla y que llevaba cinchado a modo ochentero con un cinturón enorme lleno de remaches. De remate del conjunto unas botas mosqueteras de ante. Genial atuendo si fuera para ir a un conciercierto de Alaska pero a mi juicio un pelín inapropiado para un puesto de responsabilidad en la Administración. Cabe decir que el resto del personal de allí parecían sacados de una película de Almodóvar.

En ambos casos me sentí bastante descolocada. Unos porque eran demasiado ultra fachas y los otros demasiado progres (en aquel entonces la comunidad de Madrid era Leguinera y no Esperanzera). El caso es que por unas cosas o por otras, al terminar mi contrato con ambos bien no me quedé o ellos no quisieron que me quedara. Tanto monta, monta tanto. No es que las empresas en las que he estado después no tuviera que plegarme y tragar con ciertas “normas no escritas” pero qué duda cabe que si el balance compensación económica/ nivel de tragadura es razonable y las exigencias no atentan mi dignidad o el desarrollo normal de mi vida privada, uno puede aceptarlo, pero en cuanto la cosa se va de madre o peligra la salud mental...Pues qué duda cabe que prefiero vivir en mi zahúrda de cincuenta metros cuadrados relativamente feliz y razonablemente libre, que en el Palacio de Backhingham lamentando cada día haberme casado con un príncipe corniente (dícese del que pone cuernos) como el caso de la malograda Diana de Gales. Además, si te metes a princesa de Gales y luego reniegas... Ya sabes que puedes sufrir un “accidente”. Así que buen consejo para navegantes: “Si llegas a un trabajo nuevo y no te integras pasados seis meses, vete echando currículums por ahí”. Ah, y no te culpes, las empresas son como los novios, que lo que a uno le horripila, a otro le parece encantador y viceversa. Siempre hay un roto para un descosido pero lo importante es no casarse con un tío al que una no le acaba de ver la gracia por muy forrado que vaya.

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