HOME SWEET HOME


Dicen de mi horóscopo, soy del signo de Cáncer, que aún los más viajeros y desarraigados sienten siempre la añoranza del hogar y que su mejor momento en cualquier viaje es cuando regresan. Yo he acabado corroborándolo, claro que ahora que regreso a mi casa, y no la casa de mis padres, que esa nunca la he considerado mi hogar.

Cuando empecé a viajar por motivos de trabajo, hace ya mucho años, para mí viajar, a pesar de la cantidad de trabajo que me tocaba siempre realizar por esos mundos de Dios, era siempre algo que me apetecía un montón. He visitado ya muchos países y he estado en sitios muy curiosos. Mi curiosidad y afán de explorarlo todo siempre me ha servido de aliciente y motivación a pesar de que algunos viajes han sido realmente penosos.

En cualquier caso, cada vez regreso a casa con más ganas. Ganas de poder lavarme la cara con mis toallas, echarme mis potingues para la cara que tan bien me van y que no puedo pasar en la bolsa dichosa de los líquidos por desgracia, ganas de tumbarme en mi camita con mi almohada que mi cuello agradece, ganas de sentarme en mi sillón viejito pero que mi espalda bien conoce, ganas de abrir la nevera y encontrar la comida que me gusta.. En fin, un cúmulo de cosas de esas intangibles que conforman el “Dulce hogar”.

Porque cuando uno va de vacaciones, con su tiempo para planificar, sus bártulos bien facturaditos, todo pensadito y bien planificado, con tiempo para ir de compras, para relajarse, etc, pues el regreso no sabe igual de bien. Pero cuando vas de viaje de trabajo a un destino poco o nada turístico o en cualquier caso, que no vas a conocer igualmente; cuando vas a la carrera a todos lados porque tienes que despachar todo a la mayor brevedad posible, cuando vas sin facturar pasando por un control de seguridad hostil, con la sensación de que vas a dejarte algo importante dentro de una cinta o escáner, entonces es cuando empiezas a odiar el viajar.

Ayer perdí una pulserita y el año pasado me dejé una bufanda. Y no me extraña en absoluto a pesar de que me tengo muy bien merecida fama de mujer que está en todas, que no pasa una, pues a pesar de eso, siempre acabo perdiendo algo, aunque sea de poco valor como un mapa del metro de París o un caramelo que llevaba en un bolsillo.

Lo peor de todo es que cuando me estreso me salen ronchas en la cara. Ya lo tengo más que comprobado. Una semana fuera de España, en situación de tensión extrema y me ha salido la misma roncha en la cara que la otra vez. Esto es un misterio paranormal pero es así. La misma roncha en el mismo sitio. No sé si hablar con Iker Jiménez y ver si me ha poseído algún diablo menor como a la pobre de Rigan o si debo buscar un buen dermatólogo.

Os dejo que tengo que ponerme con los deberes de francés, que tengo una entrega urgente el viernes. No salgo de una y ya entro en otra. Menos mal que mi jefe me ha dado la buena noticia de que me aprecian y me van a subir un poco más que el IPC. Loado sea el Bendito. Como estoy en racha, mañana echaré la primitiva, porque entre lo de la subidita de sueldo y que he sobrevivido a dos aviones de hélice de la guerra del Vietnam, creo que debo explotar mi suerte de estos días...

Tout à l’heure mes amies.

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