DIA DE LA MUJER TRABAJADORA, JA,JA

LA GRAN ESTAFA

Me siento estafada, terriblemente estafada. Vale que yo puedo votar y mi abuela no podía. Vale que yo pueda administrar mi cuenta corriente y mi madre no podía, vale que si un macho no me interesa, lo pueda echar a patadas sin más, porque no necesito su dinerito, vale que ahora pueda ir a donde me dé la gana y como me dé la gana, pero me siento estafada como mujer. ¿Por qué?

Mi abuela, la madre de mi madre, que en paz descanse la señora, vivió una vida abnegada de madre y esposa. Mi otra abuela, pues no, era lo que entonces se denominaba “un pendón desorejado” porque no se quedaba en su casa haciendo calceta. Ambas murieron relativamente jóvenes, incluso la que “pendoneaba” más murió trece años más tarde que la que llevaba una vida más ordenada. Bromas del destino.

Bueno, sin desviarme del tema, nuestras abuelas estándar, eran unas señoras entrañables, que se pasaban el día cocinando en hornos de leña, haciendo calceta, lavando en el río y aireando los jergones de lana, que nada tienen que ver con los impolutos mazacotes de látex que venden ahora. Pero, yo creo que eran más felices que nosotras. ¿Por qué? A ver, ¿se levantaban a las seis de la mañana? Probablemente sí, porque había que dar de comer a los animales, ir a buscar leña, ir a coger agua al río, etc. Así que lo de madrugar parece que es una maldición bíblica que no nos sacamos de encima (bueno, mi otra abuela no madrugaba, pero es que trabajaba por las noches en el teatro y trasnochaba, y como era secretaria free-lance, pues escribía los informes, cartas y demás en los tres idiomas que conocía además del español, a las 11 de la mañana y en bata y rulos en su casa…).

Lo que desde luego no hacían nuestras abuelas es salir escopetadas de casa sin un vaso de café siquiera en el estómago, como hacemos nosotras. Que levante el dedo la superwoman que se levanta a las 5.30 para tirarse 30 minutos desayunando café, zumo de naranja y tostadas con aceite de oliva, tal y como mandan los dietistas…Uy, no veo ninguna mano alzada, fijáos…

Nuestras abuelas, a menos que se llamasen Esther Leví y viviesen en Berlín, no iban hacinadas en un vagón de ganado durante más de dos horas al día con otras trescientas personas, con un calor insoportable, cuidando encima de los rateros, los sobones y los maleducados que te tosen o estornudan en tu misma cara, o los que te dan un tremendo codazo al salir y ni vuelven la cabeza siquiera para cerciorarse de que tu húmero sigue intacto…

No, nuestras abuelas usaban esas dos horas para caminar por el campo, mucho más sano desde luego que ahora, iban a todos lados andando, salvo que tuviesen que tomar un tren a otra ciudad, lo cual era todo un acontecimiento y venía la familia entera a despedirlas con abrazos y besos, y no tenían que correr solitas por los malditos pasillos de la T-4 llevando la tarjeta y el pasaporte en los dientes, el maletín con el PC en una mano, la bolsita cojonera de los líquidos plastificados en la otra y la mochila de ocho kilos con la ropita del viaje Express en la espaldita… No, mi abuela llevaba dos cántaros a la fuente que pesaban llenos diez kilitos cada uno, pero no la obligaban a hacerse los cien metros lisos con ellos… En definitiva: No tenían stress.

Parían en casa la mayoría de ellas, pero había una comadrona o partera, como se las llamaba. Ya, ya sé que algunas morían, y otras lo pasaban mal, pero al menos podían parir en su cama, en la postura que más cómoda les pareciese, y no las abrían en canal o las metían prisa para parir porque “tuviesen programado otro parto en diez minutos y sólo tuvieran un quirófano” como ocurre ahora, que nos hacen parir con stress…

Los niños de antes iban al colegio solos, y no precisaban de costosas canguros, simplemente, se criaban solos, con la ayuda de algún coscorrón que otro y de un cachete. Mayores disciplinas eran aplicados por el padre y cabeza de familia con un cinto con hebilla de la legión o por el profesor, al que los niños temían y por ende, guardaban tremendo respeto. La regla de plomo de un metro en las costillas picaba tremendamente y pasar dos horas con aquellos pantaloncitos cortos en cruz era arriesgarse a tener las rodillas desolladas de por vida. Así pues, nuestras abuelas no pasaban el stress de ahora de las supermadres , haciendo filigranas con el coche y discutiendo con el municipal de turno por el “cinco minutitos” en doble fila a la puerta del colegio, ni con el pedagogo de segundo de la ESO porque su hijo fuera un inadaptado por culpa de la falta de atención de sus padres… Antes no había inadaptados, había niños que sobrevivían y niños que no. Como se tenían doce o trece hijos, al menos dos iban a llevar nuestros genes, así que la cosa estaba controlada…

¿Y nuestras madres? Mi madre nació en la posguerra y pasó más hambre que una modelo de la pasarela de París. Tuvo enfermedades que están erradicadas en la actualidad y le quitaron un trozo de pulmón porque no sanaba ni a tiros a pesar de tirarse meses y meses en un sanatorio par tuberculosos. Ahora lo han reconvertido en un sanatorio para terminales del SIDA, ya que éstos son casi los únicos que contraen la enfermedad de “La Dama de las Camelias” y pueden palmarla por ello. El resto, nada, dos inyecciones de algomicina y a tomar viento fresco a currar.

Bueno, mi madre lo pasó realmente mal de pequeña, pero sobrevivió, menos mal, si no, no estaría yo escribiendo este blog ahora. Ella no fue a la universidad, porque la universidad sólo era para niñas ricas que iban allí a pescar un buen partido. Ella se tuvo que conformar con ir algún que otro año al colegio y aprender a envasar medicamentos en un gran laboratorio. Ganaba una miseria y se gastaba la mitad del sueldo en peluquería y vestiditos. Jamás pagó una copa ni una entrada de cine (eso era cosa de los novios), y nunca supo lo que era una Cuenta Ahorro Vivienda ni el Euríbor. Simplemente, se casó con mi padre porque era el menos tonto del barrio y ya. No tuvo que complicarse mucho la vida, la verdad. Tuvo cuatro hijos, se ha pasado 40 años cocinando, limpiando y viendo culebrones y, aunque sigue madrugando aún hoy para hacerle el desayuno al ingrato de mi hermano, pues mi padre está jubilado y mi otra hermana trabaja en turno de tarde, luego se puede acostar y levantarse a las diez de la mañana, que le sobra tiempo hasta para verse “El Tomate”, “Bea la Fea”, “Rubí” y las noticias. Sigue quejándose de que no va a tener jubilación real aunque creo que cobrará una pequeña por los años que curró desde muy adolescente en el laboratorio dichoso hasta que nací y mi padre le dijo de quedarse en casa "como era su deber". Ha tenido mil peleas con mi padre por esto y otras cosas, sobre todo porque a mi padre le tiraba mucho la vida del bar, pero la verdad, no sufre de stress, le da igual que mi hermano sea antisocial y no tenga novia, que mi otra hermana no tenga para un piso o que la línea 6 cruja. Puede ir andando al mercado y al médico y, la verdad, no tiene más preocupación que si la endocrina le ha recetado la dosis correcta para su problemilla de tiroides…Tiene el cutis como una rosa, sin arrugas ni ojeras y eso que mi padre jamás le dio dinero para cremas caras… En fin. Engordó quince kilos con la menopausia y mi padre la sigue encontrando estupenda. No sabe lo que es el "Pilates" ni el "Body Bumping" ni el "Aerobox". El chándal sólo lo usa para estar por casa y cocinar...

Yo, la “liberada, independiente y femista a tope ”, la envidia de mi madre y de muchas amigas casadas y con niños:

- Me levanto cuando no han puesto las calles y me acuesto cuando ya las han quitado.
- No me da tiempo a desayunar en casa, y aunque lo tuviera, como no me da tiempo para ir a comprar, tampoco podría desayunar allí ya que no creo que sea un desyuno unos palitos de soja con mucho ketchup...

- Paso una hora y media agarrotada y torturada en dos autobuses y un vagón apestoso de metro, sofocada y corriendo como un gamo por los inerminables pasillos y escaleras automáticas, llevando encima una mochila que pesa más de ocho kilos.
- Como no llego a casa hasta tarde, tengo que llevar una mochila con la ropa de deportes, la comida y los libros o apuntes de clase. Parezco una Tortuga Ninja, si me empujasen, no caería del peso que llevo encima...

- No contenta con hacer diez horas efectivas de trabajo, con plazos, prisas, todo para ayer, me preparo dos idiomas además del inglés que ya lo terminé, tres oposiciones, una certificación oficial de Seguridad IT y hago más de una hora de gimnasio al día, porque ya no puedes emparejarte y liarte a criar lorzas, que la cosa está muy mal, y todas las tías, solteras, casadas, etc que conozco de mi edad se pasan todo el día dos horas en el gimnasio para evitar que las dejen por focas, ya que al tomar la dichosa píldora antibaby, es imposible comer bien y no engordar..

- Como brócoli sin aceite de un tupper recalentado en un microondas, encima de mi mesa al lado del ordenador y sin perder de vista el informe urgente que me ha pedido mi jefe.
- No sé lo que es tomar café con las amigas. A las amigas les sigo la pista por mail, o hablo con ellas a golpe de step en el gim, y la verdad, la fatiga hace que poco puedas cotorrear…

- Mal como y mal duermo, a pesar de tener dinero para comprar comida buena y un colchón de última tecnología. Todo porque llego a casa a las mil, estoy todo el día con el cuerpo machacado, y como sandwiches envasados de máquinas sospechosas... Si hasta he llegado a sacar cacahuetes de las máquinas del metro, por hambre atroz...

- Mi cutis, aunque por herencia genética es de buena calidad y aparento mucha menos edad de la que tengo, está castigado por: las alergias y urticarias a la contaminación y a la comida ultrarrápida, las ojeras de no saber lo que es dormir.

- No tengo un maridito que me arregle las cosas de la casa y los domingos me los paso cambiando bombillas, atornillando muebles, arreglando cosillas…

- Frego y limpio casi tanto como mi madre. De la colada y la plancha no me libra nadie, pues aunque gano más dinero que mi padre antes de jubilarse, pago un piso que me cuesta un riñón, un hígado, el bazo y el páncreas, y todo por la dichosa especulación atroz, así que no me puedo pagar un asistente/a.

- Como soy feminista, no me he casado, así que los novios que he tenido han entrado y salido de mi casa los fines de semana, mientras viven a cuerpo de rey en casa de sus mamis.

- Como vivo sola, cuando me pongo mala, me dan por culo. A mi madre y abuela también, pero al menos podrían llamar hijos ingratos y marido egoísta a alguien, quejarse, yo ni siquiera.

No sé, pero me da que nos han tomado el pelo. En vez de una carrera, dos másters, tres idiomas y mil cursos de perfeccionamiento, me tenía que haber gastado la pasta en una nariz respingona, ropa cara, un buen perfume, un curso de vela, otro de ski y unas tetas de silicona para ligarme a un niño rico.

Ahora no daría un palo al agua, me levantaría a las diez de la mañana, no fregaría, iría todos los días al Spa, y encima mi marido me tendría por “La abnegada esposa, reina de su casa”.

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