Zafarrancho de Navidad (III)

LLEGA LA MARABUNTA.


La marabunta son unas hormigas africanas, unas gigantescas termitas, que cuando atacan todas juntas arrasan y se comen todo lo que se les pone a su paso.

Recuerdo una vez al Charlton Heston rifle en mano haciendo frente a las condenas hormigas cual si de un grupo de gays demócratas se tratase.

He aquí que yo, inocente de mí, me decidí ayer, después del trabajo, a salir por el centro de Madrid de compras. No había tenido bastante con la angustiosa experiencia en el Carrefour el domingo, cuando intenté en vano hacerme con una loncha de salmón ahumado. Aquello ya fue harto exasperante, el supermercado abarrotado de termitas que arramplaban con todo lo que había en las estanterías excepto los bronceadores solares, aunque no sé si al final de la tarde y a falta de paté a alguno no se le ocurriría… Al principio pensé que lo regalaban por fin de temporada o que ya habían empezado las rebajas, pero qué va, que el dichoso salmón estaba más caro que en Noviembre y aún así la gente se lo llevaba como si fueran ejemplares del 20 minutos…Total, al final llegué a casa con una barra de pan (y tuve que luchar por ella), medio kilo de langostinos pequeños (y tuve también que morder por ellos, que ya se querían colar unos listos para arrebatarme el último medio kilo de la pescadería), unas barritas de algo que se dice llamar cangrejo y una tableta de chocolate de oferta, que no era la última sino la penúltima…Eso sí, las dichosas uvas de lata estaban por todas partes, a espuertas, oye, que barbaridad… Las naturales se habían acabado a la hora de abrir el super.

Bueno, pues no se ve que no estaba bien escarmentada de la experiencia del domingo y me decidí ir a comprar los Reyes de mi familia ayer miércoles, aprovechando que el Doctor House está de vacaciones y los de Hospital Central han dejado de ser gafes y matar gente por las calles…Además, para aprovechar la fría pero no lluviosa tarde y sacudir un poco los jamones, me decidí bajar al centro a pie…

Al principio bajé bastante ligera, pero cuando llegué a Cibeles, ay la de Dios, qué marabunta había y peor que la de las termitas, porque a esta yo creo que ni con todo el río Orinoco se las dispersaba… Manadas y manadas de mamás y papás con niños, carros, carritos y bolsones paseaban como alelados y se agolpaban para ver las choriluces de Navidad en Madrid (he de confesar que odio los fosforitos estos desde que mi hermana pequeña no me dejaba dormir con la dichosa lámpara del Gusiluz…)

Otro grupo, más borreguil incluso, se agolpaba para coger el bus turístico de la Navidad, una gilipuertez que se han sacado los listos del Faraón para sacar dinero, ya que no vale el abono, y de paso dar salida a los buses descapotables de los que huyen los guiris en invierno porque se les hielan hasta los bigotes…

En fin, entre la marabunta del bus y la de las luces, todo denso, decidí encaminarme para el metro y abandonar el último tramo a pie. No había andado dos pasos que me lastimé la rodilla sana con un bolardo de esos cabrones que no llegan a ser tan altos como para verlos… Mal empezaba ya la tarde…

Decidí que, dado como estaba el gentío, lo primero que iba a comprar era el regalo de mi madre, ya que se le había antojado un libro de esos de novenas de santos, y supongo que la tienda de artículos religiosos de Arenal sería la única que no estaría llena de gente en tropel sobando y probando todo… Y acerté. Voilá. Lo único es que no me acordaba del dichoso santo, con perdón o con gracia, al que se refería mi madre. Yo es que estudié en un colegio público y sólo alcancé a aprenderme la lista de los reyes Godos y la expresión esa tan graciosa sobre la mula de Wamba, que ni come ni anda… El caso es que decidí llamar a mi hermana, pero no sé si por la masificación o porque el móvil anda un tanto tocado de la antena, que no cogía cobertura. Supongo que la estación receptora más cercana estaría saturada de gente llamando al mismo tiempo preguntando a sus familiares sandeces como las mías…

Al final rebusqué entre los misales y demás cosas (Jesús, qué cantidad de libros más exóticos había) y conseguí encontrar el del santo que quería mi madre por el dibujito de la portada, que era igual que uno que tenía ella por ahí en una estampa gastada de cuando yo era niña…100 puntos por la memoria mía!! Por la noche, al llegar a casa, comprobé que, efectivamente, le había comprado el libro que quería. Lo peor es que la dependienta me quería dar palique, pero la corté educadamente con un “No, si yo no entiendo nada de esto, es sólo un regalo para mi madre”. Pobre, me dio pena, igual se hacía ilusiones de que hubiera beatas en Madrid de menos de 50 años…

Después de hacer algunas compras decidí comprarme yo también algo necesario, unas botas que no me produzcan esguinces, por ejemplo, y anduve mirando en algunas zapaterías de liquidación, de esas en las que puedes encontrar algunos zapatos de material más consistente que el cartón o el plástico y por menos de 60 euros… Pero fue en vano. Sólo había unas botas buenas, bonitas y baratas y… No eran mi número. Pero, aunque lo hubieran sido, viendo la avidez con que se pasaban la bota de unas a otras chicas en la tienda para probárselas, pensé que mejor no o acabaría con unos tremendos hongos en los pies…En fin. No me quedará más remedio que esperar a la primavera, que igual se ponen de moda los zapatos cómodos por una vez y dejan de venderse botas de mosquetero con borlas y pompones…

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