NOSTALGIA
El otro día estuve cenando con A. Para refrescaros la memoria, A. es mi primer novio (vamos, oficialmente).
Debo confesar que yo estuve loca por él y me consta que él estaba si cabe, todavía más enamorado. Por aquel entonces él vivía en un piso compartido así que los fines de semana, cuando se iban sus compañeros, teníamos toda la casa libre para dar rienda suelta a nuestra pasión...El era el hombre perfecto, me cocinaba, me cantaba canciones con la guitarra, me daba masajes sensuales, me peinaba, me bañaba... Era como de cuento de las mil y una noches, aunque apenas duró cinco meses y once fines de semana, que los conté todos, sobre todo el último, la víspera de Nochebuena y antes de irse...
Fue horrible el tener que separarnos cuando a él se le acabó la beca que le había traído a España. En la desesperación, llegó a pedirme una noche que me fuera con él y yo...Yo tuve que decirle que no a pesar de que más de una vez llegué a bajar la maleta del armario y empezar a meter mis cosas...
Lo pasé verdaderamente mal cuando regresó a su país, y, desde entonces, no habíamos tenido la ocasión de pasar unas horas juntos charlando así en persona.
Habíamos seguido en contacto por correo, por mail, incluso me llamó por teléfono unas cuantas veces, me enviaba postales, fotos ...
Estuvimos un tiempo sin hablarnos, cuando él supo que yo me había vuelto a echar novio al año casi de volverse él a su país. Luego fue él el que conoció a una chica y se casó con ella y a mí no me apetecía saber de él, prefería no saber más. Aunque, de vez en cuando, las noticias llegaban a mí sin yo quererlo.
Ahora tiene dos hijos y una tormentosa relación a la que no sabe si mandar al carajo o liarse la manta a la cabeza definitivamente e irse a vivir con su chica tormentosa y los niños a Noruega. Pero tiene dudas.
No sé si es que yo emito extrañas vibraciones o qué pero hace muy pocas semanas, después del tremendo berrinche que me llevé con Z, me preguntaba qué hubiera sido de mi vida si hubiera seguido a A. a Turquía... Y entonces como sin pensarlo, me encontraba la otra noche cenando con él...Increíble. Ninguno de los dos podríamos imaginar que pudiese ocurrir así tan fácilmente...
El caso es que, como trabajamos en los mismos temas y llevamos una vida profesional muy parecida, estamos metidos en los mismos grupos internacionales y asistimos al mismo tipo de reuniones, por lo que no era de extrañar que el azar quiso que volviéramos a estar en contacto. Como resultado, el otro día tuvimos la oportunidad de volver a vernos. Me pidió que cenase con él para charlar un poco.
Yo quería confirmar que había tomado la decisión correcta en su momento. La atracción, el vértigo y amor loco de unos meses, por muy maravillosos y románticos que fueran, no te dan el conocimiento de una persona como para dejarlo todo y fugarse a un país con una diferencia cultural tan notable. Eso es lo que me decía mi cabecita entonces y lo que me había repetido a lo largo de estos quince años. Pero el problema es que, a diferencia con X e Y a quienes veo frecuentemente y no existe esa nostalgia porque ambas relaciones se acabaron por agotamiento del amor, con A. la situación acabó no de muerte natural, sino digamos, violentamente. Entonces no es de extrañar que las emociones pudiesen aflorar de nuevo a la menor ocasión...
La nostalgia es un sentimiento muy traicionero. Cuando se acercó a mí A. a pesar de todo lo que había cambiado que bastante es, arrugas, canas, más kilos, tuve un extraño flash como si el tiempo hubiese vuelto de pronto al año 92 cuando nos conocimos y pudiese ver de nuevo ante mí a aquel muchachito tímido tan grande y tan frágil a la vez que se acercaba a mí.
Recordé que, aquel entonces, cuando se fue de vuelta su país, yo rezaba pidiendo que el destino me lo devolviera antes de que me muriese de tanta pena. A punto estuve de morirme pero no de pena sino de una enfermedad unos meses después, y entonces le pedía a Dios que me permitiese vivir para poder volverlo a ver una vez más siquiera...Si él supiera que superé aquel cáncer sólo pensando en ese instante y ahora, ahora era todo tan frío, tan distante. A pesar de todo, al encontrarnos para cenar, él se me echó en los brazos en un impulso y yo, yo me contuve para no abrazarlo más fuerte, pero él parecía no soltarme nunca. Fueron un par de segundos, no sé. Por un instante, pensaba yo que él iba a perder totalmente la cabeza, no sé. Yo me sentía extraña, como si aquella situación fuera ajena a mí. Ahora que ya no nos separaban más que unos centímetros en vez de miles de kilómetros, nos separaban quince años. A. se dio cuenta y recobró la compostura, así que nos fuimos a pasear, tomamos unos aperitivos, charlamos de temas intrascendentes. Luego fuimos a tomar una pizza a un sitio que yo conocía y que estaba bien.
Me di cuenta, a medida que iba trascurriendo la cena, que ahora que estábamos juntos, sentados a la misma mesa, como me había imaginado, él ya no significaba nada en mi vida más que una amistad tan lejana como los recuerdos que habíamos compartido. La nostalgia al principio nos hizo estar felices y contentos un rato al preguntarnos por cosas, gente, charlar animadamente sobre nuestros acontecimientos de los últimos quince años. Pero luego, luego no sé qué pasó que nos envolvió una tristeza difusa. Me di cuenta de que apenas había probado bocado y él menos. La charla fue decayendo un poco. No sé por qué pero me empezó a contar que se le hacía muy difícil irse a Noruega con ella. Me explicó que ella es inconstante, exigente, que se ha estropeado mucho la figura después de tener el bebé, que su madre le odia, que ella es intelectualmente mediocre....Pero yo me di cuenta de que la amaba, a pesar de todo. No sé por qué pero me vi reflejada en él. Realmente no tenía ninguna queja de ella con fundamento. Y yo, quizás debería empezar a pensar que Z es un chico excelente, a pesar de su inmadurez y temerosidad, y que después de todo, fuera mi posible alma gemela, que igual debería poner un poco más de mi parte en vez de ser tan áspera y quejica con él quizás...
Luego, súbitamente, A. me cogió de un antebrazo suavemente y me preguntó si yo era feliz con mi vida, porque él, él no lo era mucho...Tragué saliva y le dije que sí, que sí estaba contenta con lo que había logrado, con mi trabajo, con mis cosas...El me miró y no sé, fue como si me quisiese preguntar: ¿Y no me has echado de menos? De hecho me miró, me rozó tímidamente la mano, como si quisiese tirar de mí, me clavó los ojos profundamente y, y yo creo que en su cabeza formuló esa pregunta. En su lugar me separó un mechón del pelo que se interponía entre su mirada y la mía y me dijo, sin embargo, que yo estaba no igual, sino mejor, más guapa, más mujer de lo que había imaginado si cabe, que el tiempo no había cambiado ni una pizca de mi cara de niña pero que ahora estaba radiante, igual que como él me recordaba siempre... Me dijo que se había acordado de mí muy a menudo, a pesar de sus nuevos amores, de sus hijos y de sus desgracias y alegrías... Me regañó por no haberle contado lo de mi enfermedad. El hubiera volado a mi lado... Pero yo no quería tenerle así, por lástima...Y se lo dije. Bajó la mirada, creo que llegué a notar que iba a llorar, que iba a derrumbarse totalmente...
Me acordé entonces de una de mis novelas favoritas. Es de Marguerite Durás, y se titula “El amante”. En la novela, su amante oriental, su primer amor, la llamaba cincuenta años después de su historia, poco antes de morir para hablar con ella, para confesarle llorando que nunca la había olvidado....
Lo miré fijamente y decidí que aquello era demasiado y que tenía que poner fin a aquella cena o iba a cometer una tremenda estupidez de la que me arrepintiese toda la vida. No podía liarme con él aquella noche. Ni lo había planeado ni lo podría permitir o me haría mucho daño... Todo aquello no era sino un ataque de nostalgia, un deseo estúpido de ser aquella chica que yo ya no era, de conseguir algo que yo ya no deseaba, y aquel ya no era mi sitio. A pesar de que A es mayor que yo, creo que yo siempre fui la más madura de los dos, la más sensata y práctica. Así que solté mi mano de la suya, cogí el móvil, miré mis mensajes, hice una llamada y, poco a poco, volví a tomar contacto con la realidad. A. bajó al baño. ¿A llorar quizás? No lo sé.
Luego, ya más tranquilos, le dije a A. que era feliz con Z, y que estábamos planeando vivir juntos y tener hijos...Y que él mejor debía irse con su chica y sus niños a Noruega, que allí tendrían una vida mejor. Que ya le iría a visitar yo con mi pareja y mis niños...No le conté nada de mis problemas, ni de mis discusiones hace poco con Z, ni de mi crisis sentimental, ni de mi amargo deseo de ser madre alguna vez, ni de mis fracasos sentimentales, ni de nada de nada... No podía permitir que él hiciese una estupidez y no podía permitirme yo hacer una estupidez de la que me arrepintiese el resto de mi vida...
El motivo de aquella cena había sido solamente recordarnos, una vez más, que el destino nos había separado hace quince años y desde entonces nuestros caminos se habían ido separando sin remedio. No había retorno y aquella cena era un espejismo.
El notó mi cambio de conversación, mi habitual sensatez, y volvió mansamente a la realidad.
Nos despedimos cordialmente, como dos viejos amigos.
Quien sabe si dentro de cuarenta años nos encontraremos en algún lugar de vacaciones en el sur de Turquía, yo en una excursión del Imserso, él con sus nietos y haremos repaso nuevamente de nuestras vidas separadas mientras bebemos yogur frío con agua y contemplamos el mar sin tener nada más que decirnos ya.
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